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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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circunstantes, comentando a media voz los últimos acontecimientos.<br />

Durante unos minutos Cipriano Salcedo constituyó la principal<br />

atracción, estrechando manos y recibiendo parabienes. <strong>El</strong> diligente<br />

Juan Sánchez, con su rostro <strong>de</strong> papel viejo, organizaba la<br />

evacuación discreta <strong>de</strong>l piso formando parejas que abandonaban la<br />

casa cada dos minutos. Tras la salida <strong>de</strong> la primera pareja, regresó<br />

a la capilla y anunció la novedad:<br />

—Está nevando —dijo.<br />

Pero nadie pareció escucharle.<br />

<strong>El</strong> grupo se <strong>de</strong>sentumecía tras hora y media <strong>de</strong> inmovilidad y Ana<br />

Enríquez, a quien Cipriano Salcedo había preguntado por su<br />

domicilio, le informó que vivía parte <strong>de</strong>l año en Zamora y otra parte<br />

en la casa <strong>de</strong> placer que su padre tenía en Valladolid, en la orilla<br />

izquierda <strong>de</strong>l Pisuerga en su confluencia con el Duero. Le animó a<br />

visitarla para hablar <strong>de</strong> doctrina y confortarse mutuamente. Por su<br />

parte, el bachiller Herrezuelo expuso sus dudas sobre la eficacia <strong>de</strong><br />

los conventículos y, en cualquier caso, si esa presunta eficacia<br />

compensaba el peligro que corrían y si no sería más útil y menos<br />

arriesgado mantener la comunicación entre los miembros por medio<br />

<strong>de</strong> correos periódicos mensuales. <strong>El</strong> Doctor admitió que no estaría<br />

mal simultanear ambos procedimientos, pero <strong>de</strong>fendió los<br />

conventículos como única fórmula posible <strong>de</strong> convivencia y <strong>de</strong><br />

compartir la eucaristía. Juan Sánchez, visto el fracaso <strong>de</strong> su<br />

primera advertencia y que la segunda pareja <strong>de</strong>moraba la salida,<br />

repitió:<br />

—Está nevando.<br />

Y, entonces sí, entonces surgieron los comentarios, las alarmas y las<br />

prisas. Fueron abandonando la casa <strong>de</strong> dos en dos y cuando, al<br />

final, solo ya, Cipriano Salcedo salió a la calle, advirtió en los copos<br />

que caían una cierta luminosidad. Se veía mejor que dos horas<br />

antes, el ambiente era más claro, y la nieve acumulada en el suelo<br />

avivaba esta impresión. Se embozó en el capuz y sonrió íntimamente.<br />

Se sentía contento y protegido, se esponjaba. Pero, más que los<br />

halagos <strong>de</strong> la acogida, le había emocionado la reunión en sí misma.<br />

En su mente confusa buscaba la palabra a<strong>de</strong>cuada para <strong>de</strong>finirla y<br />

cuando la halló sonrió abiertamente y se frotó las manos bajo el<br />

capuz: fraternidad; ésta era la palabra justa y lo que él había creído<br />

encontrar entre sus correligionarios. Aquel conventículo clan<strong>de</strong>stino<br />

era una reunión <strong>de</strong> hermanos alentada por la fe y el temor, como las<br />

<strong>de</strong> los primitivos cristianos en las catacumbas, como las <strong>de</strong> los<br />

apóstoles tras la resurrección <strong>de</strong> Cristo. Sentía como una emoción

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