El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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lacias y <strong>de</strong>scuidadas, flaco como un huso. No obstante, uno confiaba<br />
en el otro y parecían inseparables, aunque a Cipriano le preocupó la<br />
temeridad con que ambos se producían. En sus conventículos, a<br />
pleno día, no se exigían controles ni contraseñas. Todo el mundo<br />
podía entrar en la casa, con lo que las reuniones resultaban<br />
excesivamente vivas y agresivas sin cultos que las justificasen. Al<br />
llegar Cipriano, ya estaban allí, con los organizadores, don Juan <strong>de</strong><br />
Acuña, hijo <strong>de</strong>l virrey Blasco, recién venido <strong>de</strong> Alemania, Antonia <strong>de</strong>l<br />
Águila, novicia <strong>de</strong> la Encarnación, el bachiller Herrezuelo y otra<br />
media docena <strong>de</strong> personas <strong>de</strong>sconocidas. Mas, antes <strong>de</strong> que Acuña<br />
bromeara con la monja, entraron dos jesuitas que se sentaron en el<br />
último banco. Justo en ese momento don Juan <strong>de</strong> Acuña le <strong>de</strong>cía a<br />
Antonia <strong>de</strong>l Águila irónicamente que Dios le había hecho la merced<br />
<strong>de</strong> ser monja porque no servía para casada, a lo que la novicia, muy<br />
templada, le respondió que aún no lo era, no era monja, pero<br />
pensaba serlo previa dispensa <strong>de</strong>l Santo Padre. Acuña adujo,<br />
entonces, impru<strong>de</strong>ntemente, que las dispensas <strong>de</strong> los votos <strong>de</strong><br />
castidad no estaban ya en manos <strong>de</strong>l Papa, momento en que el más<br />
joven y aguerrido <strong>de</strong> los jesuitas, puesto en pie, intervino para <strong>de</strong>cir,<br />
sin venir a cuento, que acababa <strong>de</strong> regresar <strong>de</strong> Alemania y había<br />
observado que allí los luteranos vivían con mucha disolución, dando<br />
mal ejemplo, mientras los sacerdotes católicos lo hacían con mucho<br />
recogimiento y honestidad. La provocación era manifiesta, pero don<br />
Juan, puesto en pie y accionando con vehemencia, aceptó el <strong>de</strong>safío<br />
y voceó que también él venía <strong>de</strong> Alemania y lo que había visto no<br />
coincidía con lo manifestado por su reverencia. <strong>El</strong> jesuita joven le<br />
preguntó entonces qué conclusiones había sacado él <strong>de</strong> su viaje y<br />
Acuña, sin una vacilación, resaltó que tres esencialmente: la unción<br />
<strong>de</strong> los predicadores luteranos, su esfuerzo por ser honrados y<br />
parecerlo y el hecho <strong>de</strong> que tuvieran mujeres propias y no mancebas.<br />
<strong>El</strong> otro jesuita, el <strong>de</strong> más edad, intentó intervenir, pero don Juan<br />
frenó sus pretensiones: un momento, reverencia, dijo, aún no he<br />
terminado.<br />
Y seguidamente, sin ninguna precaución, se lanzó a censurar al<br />
clero católico alemán que, según él, comía y bebía a dos carrillos,<br />
mantenía en casa a sus concubinas y, lo que aún era peor, dijo, se<br />
ufanaba y hacía gala <strong>de</strong> todo ello.<br />
Cipriano se exasperaba. Y su irritación iba en aumento a medida que<br />
la controversia se centraba en minucias sobre la vida religiosa en<br />
Centroeuropa. Miraba ora a Sotelo ora a Padilla, pero ninguno <strong>de</strong><br />
ellos parecía dispuesto a intervenir en el <strong>de</strong>bate y encauzarlo.<br />
Llegó a pensar que ése <strong>de</strong>bía ser el tono habitual <strong>de</strong> los<br />
conventículos en Al<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l Palo y se estremeció. Pero todavía don