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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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copias <strong>de</strong> cierta solvencia <strong>de</strong> obras acreditadas, y algunos esbozos<br />

<strong>de</strong> escultura. La reciente instalación en la ciudad <strong>de</strong> Alonso <strong>de</strong><br />

Berruguete dio ocasión a don Ignacio <strong>de</strong> encargarle un panel <strong>de</strong><br />

ma<strong>de</strong>ra en relieve, lo que el artista llamaba “una tabla <strong>de</strong> bulto”,<br />

representando a su mujer, doña Gabriela. Era una pieza <strong>de</strong> noble<br />

calidad más por la factura que por el parecido. La tabla se hallaba<br />

en la pequeña habitación que daba acceso a la biblioteca y don<br />

Ignacio, hombre muy religioso y respetuoso con el arte, se <strong>de</strong>scubría<br />

al pasar ante ella como si fuera el Sagrario. Esta nueva asignatura<br />

<strong>de</strong>l arte y el buen gusto estimulaba a Cipriano. Había encajado con<br />

don Gabriel <strong>de</strong> Salas y sus progresos en latín, gramática y leyes,<br />

eran notables.<br />

Una mañana al salir <strong>de</strong> clase, se encontró en el salón con Minervina.<br />

Conservaba la elasticidad <strong>de</strong> cuatro años antes, la misma viva<br />

cintura, el mismo cuello largo y <strong>de</strong>lgado y la misma boca, <strong>de</strong> labios<br />

gruesos. Doña Gabriela la escoltaba sonriente y Cipriano no supo<br />

qué hacer, ni qué <strong>de</strong>cir. Fue Minervina la que tomó la palabra para<br />

<strong>de</strong>cirle que había crecido, que se estaba haciendo un hombre y que<br />

este hecho le apenaba.<br />

Pasaban los días y entre Minervina y Cipriano no se reanudaba la<br />

vieja y confiada relación. Se alzaba entre ellos como una<br />

paralizadora barrera <strong>de</strong> pudor. Hasta que una tar<strong>de</strong> <strong>de</strong> jueves, en<br />

que sus tíos salían y vacaban las compañeras <strong>de</strong> Minervina, Cipriano<br />

al verla sentada, erguida, en el sofá <strong>de</strong>l gran salón, los pequeños<br />

pechitos apenas insinuados en la saya <strong>de</strong> cuello cuadrado,<br />

experimentó la misma atracción imperiosa e ingenua que sentía <strong>de</strong><br />

niño, se fue hacia ella y la abrazó y la besó, diciéndola |h... hola,<br />

Mina| y |te quiero mucho, ¿sabes?|. Minervina <strong>de</strong>sfallecía al notar<br />

los pechos en los cuencos <strong>de</strong> sus manos, el recorrido apasionado <strong>de</strong><br />

sus labios ardientes por su escote:<br />

—¡Oh, tesoro, no seas loco!<br />

—Te quiero, te quiero; eres la única persona a la que he querido en<br />

mi vida.<br />

Minervina sonreía aturdida, se entregaba.<br />

—Me picas con tus barbas; ya eres un hombre, Cipriano.<br />

Retozaban como cuando Cipriano era niño, se abrazaban y se<br />

besaban, pero el muchacho advertía que un nuevo elemento había<br />

entrado en su relación y, cuando rodaron por la gruesa alfombra y

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