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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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el <strong>de</strong> una estatua antigua. No había sombra <strong>de</strong> vello en aquella cara<br />

y las cejas eran muy finas, casi inexistentes. Con el cabello caoba,<br />

resaltaban sus pestañas sombreando unos ojos vivaces, <strong>de</strong> color<br />

miel.<br />

La muchacha se movía airosamente a pesar <strong>de</strong> su volumen y cuando<br />

don Segundo le presentó como don Cipriano Salcedo, el señor <strong>de</strong> los<br />

zamarros, ella le felicitó diciendo que había ennoblecido una prenda<br />

<strong>de</strong>sprestigiada. Entonces la miró <strong>de</strong> frente y ella le miró a su vez y,<br />

bajo su mirada intensa, dulce y afable, se enterneció. Nunca le había<br />

sucedido a Salcedo una cosa así y se sorprendió aún más porque,<br />

objetivamente, fuera <strong>de</strong> la expresión <strong>de</strong> sus ojos y <strong>de</strong> su presencia<br />

amparadora, no <strong>de</strong>scubría en la muchacha especial encanto.<br />

Entonces se alegró <strong>de</strong> haber prometido volver. Y cuando la<br />

muchacha le tendió la mano para <strong>de</strong>spedirse y él la estrechó, notó<br />

que también su mano era blanca y dura como el mármol.<br />

Pero el señor Centeno repitió que a lo mejor se encaprichaba con los<br />

conejos y fundaban entre los dos una comandita. Cipriano Salcedo,<br />

para entonces, ya se había encaramado sobre “Relámpago” y,<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> ro<strong>de</strong>ar el pozo y los abreva<strong>de</strong>ros al trote corto, se perdió<br />

entre las sombras <strong>de</strong>l sardón agitando la mano izquierda en señal<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida.<br />

__________________________<br />

__________________________<br />

VIII<br />

<strong>El</strong> jueves siguiente Cipriano Salcedo se presentó en el monte <strong>de</strong> La<br />

Manga a las cuatro <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>, aunque don Segundo le había<br />

advertido que esa hora no era la más a<strong>de</strong>cuada para cazar conejos.<br />

Y allí encontró a padre e hija junto al pozo, gozando <strong>de</strong>l sol<br />

vespertino, acompañados por un individuo chaparro, <strong>de</strong> rostro<br />

atezado, con jubón a listas, zaragüelles y botas <strong>de</strong> campo, que don<br />

Segundo le presentó como el señor Avelino, el bichero <strong>de</strong> Peñaflor.<br />

Don Segundo vestía su atuendo habitual, coleto corto, calzas<br />

abotonadas y carmeñola a la cabeza. La muchacha, en cambio,<br />

aunque se tratara <strong>de</strong> una excursión campestre, se había arreglado<br />

para el evento, lo que satisfizo a Cipriano porque |mujer vestida,<br />

mujer interesada|, se dijo.

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