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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Tan pronto puso pie en él, Cipriano perdió dos cosas fundamentales:<br />

el atuendo y el nombre. Dejó <strong>de</strong> vestir la ropa distinguida que<br />

Minervina disponía semanalmente con tanto esmero y adoptó el<br />

uniforme obligatorio <strong>de</strong>l centro, <strong>de</strong> marcado carácter rural: calzones<br />

<strong>de</strong> paño fuerte hasta <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la rodilla, un basto sayo, capotillo en<br />

invierno y unas botas <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> carnero, abiertas y altas, que se<br />

ajustaban a las pantorrillas mediante cintas que remataban en una<br />

lazada. La segunda cosa importante que perdió Cipriano con su<br />

ingreso en el colegio fue el nombre. Nadie le preguntó cómo se<br />

llamaba pero, en el momento <strong>de</strong> tocar la campana convocando a la<br />

doctrina, “el Corcel” se le acercó y le dijo:<br />

—Toca tú, “Mediarroba”, para eso eres el nuevo.<br />

”<strong>El</strong> Corcel” era un muchacho alto, empeinoso, con las extremida<strong>de</strong>s<br />

<strong>de</strong>sproporcionadas, levemente escorado <strong>de</strong>l lado izquierdo y que,<br />

evi<strong>de</strong>ntemente, gozaba <strong>de</strong> una preeminencia en el centro. Cipriano<br />

agitó la castiga<strong>de</strong>ra con afán, la campana sonaba, mientras “Tito<br />

Alba”, con su mirada redonda, atónita, <strong>de</strong> párpados cortos, le<br />

interrogaba:<br />

—¿Eres expósito, tú, “Mediarroba”?<br />

—N... no.<br />

—Y ¿pobre?<br />

—T... tampoco.<br />

—Entonces ¿qué pintas aquí?<br />

—Educarme. Mi padre quiere que me eduque como vosotros.<br />

—¡Vaya una i<strong>de</strong>a! ¿Has conocido a “el Corcel”?<br />

—Él me mandó tocar la campana.<br />

Cipriano se sorprendió <strong>de</strong> la vacilación <strong>de</strong> su voz en las primeras<br />

respuestas. <strong>El</strong> contacto con un ser <strong>de</strong>sconocido le alteraba. Sentía<br />

como una rara emoción, un especial temor a comunicarse. Pero, una<br />

vez vencida la resistencia inicial, la conversación discurría<br />

fluidamente, sin tropiezos. Pensó cómo no lo había advertido antes y<br />

concluyó que su pequeño mundo acababa en la cocina <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong><br />

su padre y que, en sus breves visitas a Santovenia, el trato con otros<br />

niños era un juego <strong>de</strong> preguntas y respuestas mecánicas, sin

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