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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Cipriano vaciló al verle tan próximo. Con la cabeza alta, sonriente,<br />

quiso darle la paz pero su tío se dirigió al familiar que conducía la<br />

borriquilla sin reparar en él, le apartó <strong>de</strong> la procesión y colocó en su<br />

lugar a una mujer <strong>de</strong> cierta edad, con gracioso tocadillo alemán en<br />

la cabeza, sencilla y fina <strong>de</strong> cuerpo, <strong>de</strong> agraciado rostro. La mujer se<br />

aproximó a Salcedo con los ojos llenos <strong>de</strong> lágrimas y le acarició la<br />

barbada mejilla con ternura:<br />

—Niño mío —dijo—. ¿Qué han hecho contigo?<br />

Cipriano alzó la cabeza, buscó el eje visual y, a pesar <strong>de</strong>l tiempo<br />

transcurrido, la reconoció enseguida. No pudo hablar pero trató <strong>de</strong><br />

cogerle una mano, <strong>de</strong> mostrarle <strong>de</strong> alguna manera su cariño, pero<br />

una oleada <strong>de</strong> la multitud los separó.<br />

Dos forzudos auxiliares le subieron a lomos <strong>de</strong> un borriquillo roano<br />

mientras el Doctor y fray Domingo iniciaban la marcha por el<br />

angosto pasillo entre los soldados. Un guardia palmeó la grupa <strong>de</strong>l<br />

borrico que conducía a Cipriano y éste apretó las rodillas contra su<br />

montura, vacilante, y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> su posición preeminente miró con<br />

ternura a la dulce figura que le precedía.<br />

Dócilmente, Minervina tiraba <strong>de</strong>l ronzal y lloraba en silencio,<br />

tratando <strong>de</strong> alcanzar a los asnos <strong>de</strong> fray Domingo y el Doctor. La<br />

plaza hervía, era un mar <strong>de</strong>scontrolado. A ambos lados <strong>de</strong> Cipriano<br />

se extendía la multitud, fluctuante e in<strong>de</strong>cisa, hombres acalorados<br />

discutiendo con otros que les obstaculizaban el paso, mujeres<br />

compasivas y llorosas, niños traveseando entre los puestos <strong>de</strong><br />

golosinas que se alzaban aquí y allá. <strong>El</strong> bochorno era tan húmedo,<br />

tan agobiante el vaho que <strong>de</strong>spedía la plaza, que hombres y mujeres<br />

acalorados, con las axilas húmedas, se <strong>de</strong>spojaban <strong>de</strong> sus ropas <strong>de</strong><br />

fiesta, se quedaban en jubón o en camisa incapaces <strong>de</strong> soportar el<br />

sol <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong>.<br />

Cipriano, mecido por el vaivén <strong>de</strong>l borrico, no sentía el calor.<br />

Viendo a Minervina tirando <strong>de</strong>l ronzal se sentía inusitadamente<br />

tranquilo, protegido, como cuando niño. Avanzaba tan gentil y<br />

confiada que nadie pensaría que le llevaba al encuentro con la<br />

muerte.<br />

Entre los conductores era la única mujer y, a pesar <strong>de</strong> su edad, era<br />

tal la gracia <strong>de</strong> su figura que rústicos medio bebidos, llegados a la<br />

villa para la fiesta, la requebraban, la acosaban con frases soeces.

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