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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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—Hermano —suplicó—, <strong>de</strong>cid Romana, solamente eso, os lo pido por<br />

la bendita Pasión <strong>de</strong> Nuestro Señor.<br />

La gente se impacientaba. Sonaban silbidos e imprecaciones.<br />

Cipriano, con la nuca apoyada en el palo, miraba reconocido al<br />

padre Tablares. Por nada <strong>de</strong>l mundo quería pecar <strong>de</strong> engreimiento.<br />

<strong>El</strong> verdugo les miraba impaciente, la tea en la mano <strong>de</strong>recha,<br />

mientras el escribano, pluma en ristre, esperaba al pie <strong>de</strong>l palo la<br />

confesión <strong>de</strong>l reo. Cipriano volvió a cerrar los ojos, a pedir una seña<br />

a Nuestro Señor. Sintió el latido doloroso en el párpado y murmuró<br />

humil<strong>de</strong>mente, como excusándose por su obstinación:<br />

—Si la Romana es la Apostólica, creo en ella con toda mi alma,<br />

padre —musitó.<br />

La cólera <strong>de</strong>l pueblo exigiendo la hoguera, la buena disposición <strong>de</strong>l<br />

verdugo para complacerle, apremiaban al padre Tablares que, en un<br />

impulso paternal, levantó la mano <strong>de</strong>recha y acarició la mejilla <strong>de</strong>l<br />

reo:<br />

—Hijo, hijo, ¿por qué has <strong>de</strong> poner condiciones en esta hora? —dijo.<br />

La angustia crecía en el pecho <strong>de</strong> Cipriano. Buscó una nueva<br />

fórmula que no le traicionara, que expresara sus sentimientos y, al<br />

propio tiempo, diera satisfacción al jesuita; unas tiernas palabras<br />

ambiguas:<br />

—Creo en Nuestro Señor Jesucristo y en la Iglesia que lo representa<br />

—dijo con un hilo <strong>de</strong> voz.<br />

<strong>El</strong> padre Tablares bajó la cabeza <strong>de</strong>salentado. No había más tiempo.<br />

Los espectadores pedían a gritos el sacrificio: voceaban, brincaban,<br />

alzaban los brazos. Los silbatos <strong>de</strong> los niños aturdían. <strong>El</strong> humo<br />

hacía llorar los ojos. Una mujer gruesa comía buñuelos<br />

tranquilamente junto a Minervina. <strong>El</strong> padre Tablares, consciente <strong>de</strong><br />

su fracaso, <strong>de</strong>scendió lentamente la escalerilla, vio a Minervina<br />

sollozando junto al verdugo y a éste mirándole a él atentamente.<br />

Entonces hizo la seña, un leve a<strong>de</strong>mán con la mano <strong>de</strong>recha<br />

señalando la carga <strong>de</strong> leña, sobre el burrajo.<br />

<strong>El</strong> verdugo arrimó la tea a la incendaja y el fuego floreció <strong>de</strong> pronto<br />

como una amapola, <strong>de</strong>spabiló, humeó, ro<strong>de</strong>ó a Cipriano rugiendo, lo<br />

<strong>de</strong>sbordó. La multitud prorrumpió en gritos <strong>de</strong> júbilo cuando se<br />

produjo la <strong>de</strong>flagración y enormes llamas envolvieron al reo. |Señor,

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