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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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¿Qué ganaba el fraile sabiendo que Beatriz le había <strong>de</strong>latado a él y<br />

prácticamente a todos los <strong>de</strong>l grupo?<br />

A la tar<strong>de</strong> siguiente esperó la llegada <strong>de</strong> Dato tendido en el catre.<br />

Llegaba canturreando, como <strong>de</strong> costumbre, pero, al acercarse al<br />

camastro, Cipriano le consultó a media voz qué le <strong>de</strong>bía. La<br />

respuesta <strong>de</strong> Dato no le sorprendió:<br />

la voluntad, dijo. Cipriano <strong>de</strong>positó en su mano un ducado que él<br />

miró y remiró, por un lado y por otro, con ojos <strong>de</strong> codicia. Luego le<br />

preguntó si le interesaría más información y Cipriano asintió.<br />

No ignoraba que había establecido un precio pero no lo consi<strong>de</strong>ró<br />

excesivo ni mal empleado. Des<strong>de</strong> que el dominico le hablara <strong>de</strong> las<br />

penas utilizadas contra los herejes, había intuido que su patrimonio<br />

sería confiscado algún día. Entonces pensó que Nuestro Señor le<br />

había inspirado la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> repartir sus bienes con sus<br />

colaboradores.<br />

En todo caso, su dinero en la cárcel no era mucho.<br />

Sorpren<strong>de</strong>ntemente, en Cilveti, apenas le registraron por encima<br />

buscando un arma.<br />

Al bizco Vidal, fuera <strong>de</strong> las armas y los papeles, nada le interesaba.<br />

Respetó su dinero. Su misión consistía en trasladarle sin daño <strong>de</strong><br />

Pamplona a Valladolid y es lo que había hecho: aquí estaba, a<br />

disposición <strong>de</strong>l Tribunal.<br />

Concluía agosto y aún no había sido llamado a la Sala <strong>de</strong><br />

Audiencias, en la parte alta <strong>de</strong>l edificio, ni tampoco fray Domingo,<br />

su compañero <strong>de</strong> celda. <strong>El</strong> día 27, sin embargo, recibió una sorpresa.<br />

Don Gumersindo, el alcai<strong>de</strong>, acompañado <strong>de</strong>l carcelero mayor, le<br />

anunció una visita. Aséese, le dijo, volveré por vuesa merced <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> quince minutos. Cipriano no salía <strong>de</strong> su asombro: ¿quién podía<br />

preocuparse por él en estas circunstancias?<br />

Cipriano entró en la sala <strong>de</strong> visitas <strong>de</strong>slumbrado, los pies ligeros, sin<br />

grillos. Después <strong>de</strong> casi cuatro meses viviendo en la húmeda<br />

penumbra <strong>de</strong> la celda, la luz <strong>de</strong>l sol le dañaba los ojos, le ofuscaba.<br />

Ya en la escalera, por precaución, había entornado los párpados<br />

pero, al entrar en la pequeña sala, el sol brillando en los cristales le<br />

obligó a cerrarlos <strong>de</strong>l todo.<br />

Era como si tuviera tierra <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> ellos, como los <strong>de</strong>l cadáver <strong>de</strong><br />

“el Perulero” al ser <strong>de</strong>senterrado.

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