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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Las cigüeñas habían sacado pollos y se erguían en la espadaña<br />

como dibujos esquemáticos. Pedro Cazalla miró <strong>de</strong> nuevo al sol<br />

<strong>de</strong>clinante. Los entreluces <strong>de</strong>l lubricán le fascinaban. Sonó en el aire<br />

quedo el tañido <strong>de</strong> una campana. Cazalla apresuró el paso. Volvió<br />

hacia Salcedo sus ojos profundos:<br />

—Ayer Erasmo era una esperanza y hoy sus libros están prohibidos.<br />

Nada <strong>de</strong> esto es obstáculo para que algunos sigamos creyendo en la<br />

Reforma que proponía. Quizá sea la única posible. Trento no<br />

aportará nada sustancial.<br />

A la mañana siguiente el cielo estaba empañado por algunas nubes<br />

blancas y “Relámpago” tomó el camino <strong>de</strong> Villavieja por las cuestas,<br />

a galope tendido. Cipriano agra<strong>de</strong>cía la velocidad, el fresco viento<br />

en el rostro, mientras pensaba en los hermanos Cazalla, en su<br />

melancolía, en su inquietud reformista. Comprendía ahora mejor la<br />

sensación <strong>de</strong> vacío que le producían los sermones <strong>de</strong>l Doctor. <strong>El</strong><br />

erasmismo se <strong>de</strong>sarraigaba en Castilla y, en consecuencia, su causa<br />

era una causa perdida. No obstante, veinte años atrás, el padre<br />

Arnaldo les había mandado rezar por la Iglesia, por la <strong>de</strong>saparición<br />

<strong>de</strong> las doctrinas erasmistas.<br />

¿Cómo conciliar respuestas tan dispares ante un mismo fenómeno?<br />

”Relámpago” <strong>de</strong>jó atrás el pueblo <strong>de</strong> Tor<strong>de</strong>sillas y, al alcanzar el <strong>de</strong><br />

Simancas, cruzó hacia el camino general y atravesó el puente<br />

romano, a legua y media <strong>de</strong> la villa.<br />

Teo le recibió como si hiciera un mes que no se veían. Había sido la<br />

primera separación y le había echado <strong>de</strong> menos. Después <strong>de</strong> cenar,<br />

“la Estatua Apasionada” abrevió la sobremesa, y ante la sorpresa <strong>de</strong><br />

Crisanta, la doncella, a las diez el matrimonio estaba acostado. Teo<br />

le estrechaba contra ella y a él le agradaba sentirse protegido, en el<br />

fortín, a cubierto <strong>de</strong> cualquier asechanza. A poco, “la Estatua<br />

Apasionada” le buscó “la cosita” y comentó, con voz meliflua, que<br />

qué bien que su marido no se la hubiera olvidado en Pedrosa, en<br />

tanto Salcedo se esforzaba por encaramarse a la meseta <strong>de</strong> las<br />

protuberancias. Sintió el atragantado risoteo <strong>de</strong> su esposa, vibrante<br />

y prolongado, pero ello no impidió que, pasados unos instantes, “la<br />

Estatua Apasionada” reiniciara el acto <strong>de</strong> amor. A Cipriano le<br />

sorprendió su avi<strong>de</strong>z. Se diría que Teo enca<strong>de</strong>naba los contactos en<br />

una actitud compulsiva como si pusiera a prueba su resistencia. Y,<br />

tras una cuarta vez, cuando el acoso cedió, Cipriano, extenuado,<br />

buscó el refugio <strong>de</strong> su axila. En Pedrosa había echado en falta su<br />

calor y tuvo que dormir con la gorra puesta. Al recuperar ahora el

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