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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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tiempo. Des<strong>de</strong> media noche el padre Tablares, jesuita, seguiría a<br />

disposición <strong>de</strong> los reos. Humil<strong>de</strong>mente ahora le recomendó que<br />

reflexionara y, antes <strong>de</strong> separarse <strong>de</strong> él, le tuvo cogido por las dos<br />

manos un largo rato y le llamó “hermano mío”.<br />

Apenas había abandonado la celda, cuando se produjo en la <strong>de</strong><br />

enfrente, en la <strong>de</strong>l Doctor, un gran alboroto. Sobre las voces más<br />

serenas para acallarlo, entre las que estaban la <strong>de</strong> fray Luis <strong>de</strong> la<br />

Cruz, sonaban los gritos implorantes <strong>de</strong>l Doctor pidiendo a Dios<br />

misericordia, suplicándole que le iluminase con su gracia y le<br />

ayudara a alcanzar su salvación. Eran gritos agudos,<br />

<strong>de</strong>scompuestos, y, en los breves silencios, se oía la voz pausada <strong>de</strong><br />

fray Luis <strong>de</strong> la Cruz, la <strong>de</strong>l carcelero y la <strong>de</strong>l alcai<strong>de</strong> que habían<br />

acudido al oír la algarabía. Pero el Doctor, en trance, no cesaba <strong>de</strong><br />

proclamar que aceptaba la sentencia como justa y razonable, que<br />

moriría <strong>de</strong> buena gana puesto que no merecía la vida aunque se la<br />

dieran, pues estaba convicto que según había <strong>de</strong>saprovechado la<br />

pasada, la que le quedaba no sería distinta.<br />

Había cesado el martilleo <strong>de</strong> la plaza y las palabras <strong>de</strong>l Doctor,<br />

pronunciadas a voz en cuello, con la puerta <strong>de</strong> la cija abierta,<br />

llegaban nítidamente a las celdas próximas y, con ellas, los intentos<br />

apaciguadores <strong>de</strong> los responsables:<br />

el alcai<strong>de</strong>, los carceleros, el médico. Un clima tenso se palpaba en el<br />

primer corredor, cuando el Doctor reanudó su discurso sobre el<br />

sambenito que acababan <strong>de</strong> entregarle, la ropa que vestiría con<br />

mayor gusto, <strong>de</strong>cía, porque era la apropiada para confusión <strong>de</strong> su<br />

soberbia y purga <strong>de</strong> sus pecados. Luego volvió a la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l<br />

arrepentimiento, que renegaba <strong>de</strong> cualquier perversa y errónea<br />

doctrina que hubiera creído, bien fuera contra el dogma o contra la<br />

Iglesia, y que persuadiría a todos los reos para que hiciesen lo<br />

mismo. <strong>El</strong> médico <strong>de</strong> la Inquisición <strong>de</strong>bía <strong>de</strong> haber tomado alguna<br />

medida, porque <strong>de</strong>l tono chillón con que el Doctor inició su<br />

peroración, pasó, en pocos segundos, a otro más coloquial y,<br />

posteriormente, a un tenue murmullo, para cesar al poco rato.<br />

Cipriano Salcedo no durmió en su última noche carcelaria. Le<br />

agobiaba la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>l auto <strong>de</strong> fe, no su ejecución sino el<br />

procedimiento:<br />

la luz, la multitud, el griterío, el calor. Pa<strong>de</strong>cía un amortecimiento<br />

creciente y un ardor <strong>de</strong> orina que le obligaba a visitar la cubeta <strong>de</strong><br />

las heces cada pocos minutos. A la una empezaron a doblar las<br />

campanas. Toques lentos, <strong>de</strong> agonía.

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