El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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sacó el sombrero <strong>de</strong> la cabeza y se persignó: Nuestro Señor dé salud<br />
a vuesa merced para encomendar su alma —dijo a media voz,<br />
mientras Martín Martín, el muchacho, más avergonzado que dolido,<br />
se limitó a bajar la cabeza.<br />
La señora Lucrecia le dio <strong>de</strong> comer en la cocina, sobre la mesa <strong>de</strong><br />
pino, sentados en escañiles, frente a la alacena, colmada <strong>de</strong><br />
pucheros y cazuelas, con dos lebrillos <strong>de</strong> agua a cada lado. Tras<br />
cada ausencia prolongada, Lucrecia le hacía este honor, le<br />
preparaba la comida sin advertirlo, sin invitación previa. Era un<br />
hecho ya sabido y cuando don Bernardo se sentó a la mesa, en el<br />
seno <strong>de</strong> la confianza, Benjamín ya estaba comiendo. Masticaba<br />
ferozmente, el sombrero calado, y cada ocho o diez bocados hacía<br />
a<strong>de</strong>mán <strong>de</strong> llevarse la mano a la boca y eructaba sin disimulo. Entre<br />
eructo y eructo, pasó revista a las noveda<strong>de</strong>s, particularmente a<br />
aquellas que afectaban a su peculio. Los salarios subían sin cesar.<br />
Hoy un vendimiador no se agachaba por menos <strong>de</strong> veinte<br />
maravedíes, ni se encontraba un obrero por cuarenta, ni un podador<br />
por sesenta. En ese sentido las cosas estaban mal. Por si fuera poco,<br />
la última cosecha había venido muy mermada y, en consecuencia y,<br />
como don Bernardo habría advertido, no le había pagado la renta <strong>de</strong><br />
la Pascua. Don Bernardo le hizo ver que los reveses <strong>de</strong>l campo le<br />
afectaban a él tanto como al rentero y que el retraso en el pago <strong>de</strong><br />
las rentas estaba lejos <strong>de</strong> ser una solución: Acabarás en manos <strong>de</strong><br />
usureros, Benjamín —sentenció apuntándole con el <strong>de</strong>do índice.<br />
Pero Benjamín reservaba la gran cuestión para la sobremesa, una<br />
vez que el espeso vino <strong>de</strong> Toro hubiera producido sus efectos. En su<br />
primitivismo, Benjamín era inteligente y, en lugar <strong>de</strong> afrontar<br />
directamente el tema <strong>de</strong> la sustitución <strong>de</strong> los bueyes por mulas,<br />
inició lateralmente el <strong>de</strong>bate, poniendo en cuestión el barbecho al<br />
que calificó <strong>de</strong> labor anticuada e inútil.<br />
Don Bernardo, que tenía un somero conocimiento <strong>de</strong> la tierra, pero<br />
suplía su ignorancia con la experiencia <strong>de</strong> sus contertulios en la<br />
taberna <strong>de</strong> Garabito, en la calle Orates, respondió que para mullir y<br />
orear la tierra se precisaba otro cultivo, el mijo ceburro, por ejemplo,<br />
<strong>de</strong>l que había poca práctica en Castilla. <strong>El</strong> rentero miraba a don<br />
Bernardo <strong>de</strong> hito en hito y argumentó que el abono era preferible al<br />
cambio <strong>de</strong> cultivo, que en Toro llevaban dos años tirando abono y les<br />
iba mejor con ello que con el año y vez. Martín Martín, como cachorro<br />
educado en la sumisión, apoyaba a su padre con la mirada, pero don<br />
Bernardo, a quien irritaba la mendaz argumentación <strong>de</strong> padre e<br />
hijo, les preguntó si podía saberse dón<strong>de</strong> encontraban abono en Toro<br />
puesto que en Castilla, dijo, lo único que aumentan son las ovejas<br />
pero lo que el campo necesita es estiércol, no cagarrutas, y el poco