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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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ver que para someter a un enfermo a estos tratos vejatorios había<br />

que contar previamente con la familia, se echó a reír, que estaba en<br />

un error, que las cosas no eran así, que ellos tenían una moral<br />

hipocrática y la aplicaban a rajatabla gustase o no a los familiares<br />

<strong>de</strong>l internado.<br />

Temblando <strong>de</strong> ira, Cipriano bajó al sótano a ver el cadáver que, en<br />

efecto, estaba sereno y sonriente. Aquella sonrisa, <strong>de</strong> que tanto le<br />

habían hablado, era una sonrisa manifiesta, no sólo <strong>de</strong> paz sino<br />

incluso <strong>de</strong> bienestar. Fue el único consuelo <strong>de</strong> Cipriano Salcedo, una<br />

satisfacción que acabó imponiéndose al dolor que le atenazaba.<br />

Algo, en el último momento, le había inducido a Teo a sonreír.<br />

Unas horas antes había nombrado La Manga en un momento <strong>de</strong><br />

luci<strong>de</strong>z, se <strong>de</strong>cía, era lógico imaginar que ella soñaba o pensaba en<br />

La Manga cuando dibujó aquella sonrisa <strong>de</strong> <strong>de</strong>spedida. <strong>El</strong> tío Ignacio<br />

era <strong>de</strong>l mismo parecer y, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> prolongadas conversaciones,<br />

convinieron que, al mentar La Manga, Teodomira había mencionado<br />

el lugar don<strong>de</strong> aspiraba a <strong>de</strong>scansar para siempre. “La Reina <strong>de</strong>l<br />

Páramo” <strong>de</strong>seaba volver al Páramo y no había nada que objetar a su<br />

<strong>de</strong>seo.<br />

Cipriano Salcedo se emocionó cuando los cuatro carruajes que<br />

acompañaban a la carreta fúnebre se <strong>de</strong>tuvieron en la explanada <strong>de</strong><br />

la iglesia <strong>de</strong> Peñaflor. Le acompañaban sus viejos amigos Gerardo<br />

Manrique, Fermín Gutiérrez, Estacio <strong>de</strong>l Valle, hijo, y los nuevos, el<br />

Doctor Cazalla, su hermano Francisco y el joyero Juan García,<br />

aparte <strong>de</strong> su tío Ignacio.<br />

<strong>El</strong> cielo estaba anubarrado pero no llovía y, sin embargo, el grupo <strong>de</strong><br />

braceros y pastores que esperaban el cadáver se guarecía en el<br />

porche <strong>de</strong> la iglesia, como uniformados, aquéllos con sus capotillos<br />

<strong>de</strong> dos haldas, <strong>de</strong> tela burda y sus calzones hasta media pierna<br />

mostrando sus pantorrillas peludas, y los pastores y los zagales con<br />

sus zamarros <strong>de</strong> piel <strong>de</strong> conejo y sus calzas abotonadas. Todos<br />

salieron <strong>de</strong> su refugio y ro<strong>de</strong>aron el ataúd cuando don Honorino<br />

Ver<strong>de</strong>jo, el párroco, rezó un responso a la puerta <strong>de</strong> la iglesia. Para<br />

los rudos castellanos, aquella mujer que ahora iban a enterrar<br />

constituía un símbolo, puesto que no sólo trabajó con las manos<br />

como ellos sino que lo hizo con más espíritu y más provecho que los<br />

hombres por lo que con justo motivo recibió el sobrenombre <strong>de</strong> “Reina<br />

<strong>de</strong>l Páramo”. Era una esquiladora como nosotros, dijo un pastor<br />

viejo, con la voz trémula, para quien el trabajo manual borraba el<br />

pecado <strong>de</strong> su condición adinerada. Al margen <strong>de</strong> Manrique y Estacio<br />

<strong>de</strong>l Valle, hijo, que en mayor o menor medida tenían alguna relación<br />

con los campesinos, el resto <strong>de</strong>l acompañamiento los miraba con una

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