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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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una cocina con una mesa y dos escañiles. Tajuelos en la sala,<br />

butacas <strong>de</strong> mimbre y una librería. Y, a los dos lados, sendas<br />

habitaciones con altas camas <strong>de</strong> hierro, con dorados en los<br />

cabeceros. Beatriz guisaba y les servía la mesa en silencio. Era tal el<br />

respeto hacia su hermano que, en tanto hablaba, no osaba mover un<br />

<strong>de</strong>do. Permanecía quieta, <strong>de</strong> espaldas al hogar, mirando a la mesa,<br />

las manos cruzadas sobre el halda. Únicamente en las pausas se<br />

atrevía a servir vino o cambiar un plato <strong>de</strong> sitio. Pedro Cazalla, a<br />

pesar <strong>de</strong> que hacía media hora que habían terminado su paseo,<br />

remató su parlamento con naturalidad, como hacía en tiempos “el<br />

Perulero”, como si la conversación no se hubiera interrumpido.<br />

—Hace casi catorce años que conozco a don Carlos —dijo—. Entonces<br />

era un joven apuesto y refinado en el vestir, tanto que lo último que<br />

uno esperaba <strong>de</strong> él era oírle hablar <strong>de</strong> teologías. Tenía varios<br />

contertulios en Toro y una tar<strong>de</strong> nos hizo ver que Cristo había dicho<br />

sencillamente que el que creyese en Él tendría la vida eterna.<br />

Únicamente nos pidió fe —precisó—, no puso otras condiciones.<br />

Comían maquinalmente, atendidos por Beatriz. Cazalla hablaba y<br />

Cipriano, en silencio, se <strong>de</strong>jaba adoctrinar. Durante la comida el<br />

párroco ahondó en los mismos temas que habían tratado en el paseo<br />

y, al final, todo volvió a confluir en el libro “<strong>El</strong> beneficio <strong>de</strong> Cristo”:<br />

—Es un libro cuya sencillez no oculta una gran profundidad. Una<br />

apasionada exaltación <strong>de</strong> la justificación por la fe. Tras su lectura,<br />

el marqués <strong>de</strong> Alcañices quedó arrebatado. A otras muchas personas<br />

les ha sucedido lo mismo.<br />

Terminada la cena, se trasladaron a la sala. En el anaquel <strong>de</strong>l<br />

rincón se alineaban unas docenas <strong>de</strong> libros encua<strong>de</strong>rnados. Cazalla<br />

tomó uno sin vacilar y se lo entregó a Salcedo. Era un texto<br />

manuscrito y Cipriano lo hojeó, elogió la gracia <strong>de</strong> su caligrafía:<br />

—¿Lo ha escrito vuestra reverencia?<br />

—Yo lo traduje, sí —dijo mo<strong>de</strong>stamente Cazalla.<br />

A la mañana siguiente, Cipriano asistió a la misa <strong>de</strong> nueve en<br />

Pedrosa. En la iglesia apenas había dos docenas <strong>de</strong> personas,<br />

mujeres en su mayor parte. Al terminar, Cipriano se <strong>de</strong>spidió <strong>de</strong>l<br />

cura en la sacristía y le <strong>de</strong>volvió el libro. Pedro Cazalla le interrogó<br />

con su mirada sombría, remotamente esperanzada. Salcedo asintió<br />

con una sonrisa:

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