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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Pensó en la Tita, <strong>de</strong> Torrelobatón, en la belleza gitana <strong>de</strong> la<br />

Agustina, <strong>de</strong> Cañizares, en la <strong>El</strong>euteria, <strong>de</strong> Villanubla. Miró animada<br />

a don Bernardo:<br />

—Siendo así —dijo—, las cosas son más hace<strong>de</strong>ras, aunque una no<br />

pue<strong>de</strong> pasarse la vida subiendo y bajando. Sería preferible que vuesa<br />

merced subiera y escogiese.<br />

—¿Subiera, dón<strong>de</strong>, María?<br />

—Al Páramo, don Bernardo.<br />

Las muchachas más bellas <strong>de</strong>l alfoz están en el Páramo. Si pudieran<br />

mostrarse en las posadas y tabernas, tenga vuesa merced por seguro<br />

que no quedaría un virgo. También tendrá que ver a “la Exquisita”,<br />

en Mazariegos, un pedazo <strong>de</strong> muchacha que se va <strong>de</strong>l mundo.<br />

—Prefiero que no tengan apodos, María <strong>de</strong> las Casas. Unas<br />

muchachas menos conocidas, más <strong>de</strong> su casa. Los apodos, hablemos<br />

claro, no son buena presentación para una mujer <strong>de</strong> la vida.<br />

Al día siguiente, don Bernardo ensilló a “Lucero” y, por segunda vez<br />

en medio año, subió al Páramo por el camino <strong>de</strong> Villanubla. La María<br />

<strong>de</strong> las Casas le había citado en Castro<strong>de</strong>za y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> ahí, irradiarían<br />

hacia el resto <strong>de</strong> los pueblos. Sin embargo, en Castro<strong>de</strong>za conoció<br />

don Bernardo a la Petra Gregorio, una chica tímida, <strong>de</strong> ojos azules y<br />

maliciosos, y cuerpo elástico, vestida con mo<strong>de</strong>stia y un cuidado<br />

trenzado en la cabeza que <strong>de</strong>stacaba entre la austera pobreza <strong>de</strong>l<br />

mobiliario. Le agradó la familia a don Bernardo y acordó con María<br />

<strong>de</strong> las Casas que <strong>de</strong>dicaría una semana a amueblar el piso y, a la<br />

siguiente, subiría a por la Petra.<br />

Al finalizar noviembre, don Bernardo subió a Castro<strong>de</strong>za y una hora<br />

<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> su llegada, con la Petra Gregorio a la grupa y un fardo<br />

con sus pobres enseres en el regazo, tomó el camino <strong>de</strong> regreso antes<br />

<strong>de</strong> anochecer. Los rebaños andaban <strong>de</strong> retirada hacia el ejido y a<br />

una legua escasa <strong>de</strong> Ciguñuela, voló <strong>de</strong>l retamar una bandada <strong>de</strong><br />

grajillas. Tres veces intentó don Bernardo que la Petra Gregorio<br />

rompiera el silencio sin conseguirlo. La muchacha, buena amazona,<br />

se adaptaba diestramente a los movimientos <strong>de</strong> la cabalgadura y, <strong>de</strong><br />

vez en cuando, emitía un acongojado suspiro. En Simancas se hizo<br />

noche cerrada, que es lo que don Bernardo <strong>de</strong>seaba, y al atravesar el<br />

puente sobre el Pisuerga preguntó a la chica si conocía Valladolid.<br />

No le sorprendió la respuesta: no había estado nunca, ni le<br />

sorprendió que, poco <strong>de</strong>spués, la muchacha reconociera tener<br />

dieciocho años. Don Bernardo había logrado romper su mutismo y

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