El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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<strong>de</strong> manera que no tuvo que pasar por el amargo trance <strong>de</strong> los<br />
exce<strong>de</strong>ntes. Cinco años <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> nacer, la venta <strong>de</strong>l zamarro <strong>de</strong>l<br />
canesú se estabilizó <strong>de</strong> modo que bastaba un turno en el taller <strong>de</strong> la<br />
Ju<strong>de</strong>ría para mantener abastecido el mercado. Pero para entonces la<br />
fortuna <strong>de</strong> Cipriano Salcedo se calculaba en quince mil ducados,<br />
una <strong>de</strong> las más fuertes y saneadas <strong>de</strong> Valladolid.<br />
Fue en el tercer año <strong>de</strong> iniciado el negocio cuando Cipriano Salcedo,<br />
<strong>de</strong>sbordado por el feliz resultado <strong>de</strong> la empresa, envió un correo a<br />
Estacio <strong>de</strong>l Valle, a Villanubla, pidiéndole más vellones. Estacio le<br />
contestó con un correo urgente, diciéndole que, salvo un nuevo<br />
gana<strong>de</strong>ro <strong>de</strong> Peñaflor, don Segundo Centeno, con más <strong>de</strong> diez mil<br />
ovejas, y algunos pequeños pastores en otras localida<strong>de</strong>s, la lana <strong>de</strong>l<br />
Páramo seguía bajo su control. Al llegar el buen tiempo, Salcedo<br />
subió a Villanubla por el viejo camino, tan familiar a “Relámpago”.<br />
Encontró a Estacio viejo y trasojado, pero lúcido y artero. Don<br />
Segundo Centeno, un perulero recién llegado <strong>de</strong> Indias, con dinero,<br />
se había establecido en el monte <strong>de</strong> La Manga hacía dos años.<br />
Oriundo <strong>de</strong> Sevilla, los gana<strong>de</strong>ros <strong>de</strong>l Guadalquivir le recomendaron<br />
para instalarse la zona <strong>de</strong>l Páramo, en Valladolid. Era un individuo<br />
primitivo y tosco que salía al monte con el ganado y vestía como un<br />
gañán. Sin embargo era un hombre <strong>de</strong> posibles aunque nadie sabía<br />
hasta dón<strong>de</strong> alcanzaba su fortuna. Tenía contratada la lana <strong>de</strong> sus<br />
ovejas con los tejedores moriscos <strong>de</strong> Segovia mediante un<br />
procedimiento complicado en el que los propios tejedores facilitaban<br />
las reatas para el transporte <strong>de</strong> los vellones.<br />
Era hombre guardoso y poco sociable y apenas se relacionaba con la<br />
gente <strong>de</strong>l Páramo, gana<strong>de</strong>ros o labrantines. Tenía una hija maciza y<br />
blanca <strong>de</strong> tez llamada Teodomira, que, por su maña en el esquileo,<br />
era conocida con el sobrenombre <strong>de</strong> “la Reina <strong>de</strong>l Páramo”. La<br />
muchacha no salía <strong>de</strong> La Manga: alta, sólida y sumamente<br />
laboriosa, vestía inevitablemente una saya <strong>de</strong> paño burdo y un<br />
extraño tocadillo que le agrandaba la cabeza. Se movía, entre el<br />
barrizal y la basura <strong>de</strong>l patio y las teleras, con galochas para<br />
proteger sus pies.<br />
Los vecinos <strong>de</strong> Peñaflor y Wamba aseguraban que la Teodomira, pese<br />
a ser consi<strong>de</strong>rada por su padre “la Reina <strong>de</strong>l Páramo”, era, en rigor,<br />
para don Segundo, un burro <strong>de</strong> carga, ya que las dos criadas <strong>de</strong><br />
servicio, a la hora <strong>de</strong> esquilar al ganado, escurrían el bulto. Llegado<br />
este momento era cuando Teodomira encerraba las ovejas en el<br />
aprisco y, sentada a la puerta en un tajuelo, iba esquilándolas una<br />
tras otra y encerrándolas <strong>de</strong>snudas en la telera aneja. “La Reina <strong>de</strong>l<br />
Páramo” jamás <strong>de</strong>sgarró un vellón.