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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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conseguir alguna noticia <strong>de</strong> la estoli<strong>de</strong>z <strong>de</strong>l funcionario. Le<br />

preguntaba por los ocupantes <strong>de</strong> las celdas contiguas y, a pesar <strong>de</strong><br />

las señas imprecisas que Dato facilitaba, llegó a la conclusión <strong>de</strong><br />

que, a su izquierda, estaban instalados Pedro Cazalla y el bachiller<br />

Herrezuelo, a su <strong>de</strong>recha, Juan García, el joyero, y Cristóbal <strong>de</strong><br />

Padilla, el causante <strong>de</strong> sus males, y, enfrente, como le habían<br />

indicado, en una cija sin compañía, el Doctor. Los muros y tabiques<br />

<strong>de</strong> la cárcel eran tan gruesos que, a través <strong>de</strong> ellos, no se filtraba el<br />

menor signo <strong>de</strong> vida <strong>de</strong> las celdas colindantes.<br />

Corpulento, papudo, envuelto en sus ropajes ver<strong>de</strong>s y una<br />

estrafalaria loba doctoral, tumbado en el catre, bajo el ventano<br />

enrejado, el dominico leía. Al día siguiente <strong>de</strong> llegar pidió libros,<br />

pluma y papel.<br />

Ese mismo día, por la tar<strong>de</strong>, le trajeron varias vidas <strong>de</strong> santos, el<br />

“Tratado <strong>de</strong> las letras” <strong>de</strong> Gaspar <strong>de</strong> Tejada, un tomito <strong>de</strong> Virgilio,<br />

un tintero y dos plumas. Fray Domingo conocía los <strong>de</strong>rechos <strong>de</strong>l reo<br />

y los ejercitaba con normalidad.<br />

<strong>El</strong> contenido <strong>de</strong> los libros no parecía importarle <strong>de</strong>masiado. Leía<br />

compulsivamente, con la misma concentración, un libro <strong>de</strong><br />

caballería que a San Juan Clímaco, como si fuera una pura<br />

fascinación mecánica lo que las letras ejercían sobre él.<br />

Conocedor <strong>de</strong> los entresijos <strong>de</strong> la Inquisición, su organización y<br />

métodos, cada tar<strong>de</strong>, al <strong>de</strong>spertar <strong>de</strong> la siesta, aleccionaba a<br />

Cipriano sobre el particular, le informaba sobre sus posibilida<strong>de</strong>s <strong>de</strong><br />

futuro. Había penas y penas. No había que confundir al reo relajado,<br />

con el relapso o el reconciliado. <strong>El</strong> primero y el último solían ser<br />

entregados al brazo secular para morir en garrote antes <strong>de</strong> que sus<br />

cuerpos fueran entregados a las llamas. Los relapsos, reinci<strong>de</strong>ntes o<br />

pertinaces, por el contrario, eran quemados vivos en el palo.<br />

Esta última pena había sido rara en España hasta el día, pero el<br />

fraile sospechaba que, a partir <strong>de</strong> este momento, se haría habitual.<br />

Le hablaba <strong>de</strong> los sambenitos, <strong>de</strong> llamas y diablos para los relapsos<br />

y con las aspas <strong>de</strong> San Andrés para los reconciliados. Las penas<br />

tenían distintos grados y matices pero las sentencias solían<br />

mostrarse muy precisas. Entre ellas había que distinguir la <strong>de</strong><br />

cárcel perpetua, la confiscación <strong>de</strong> bienes, el <strong>de</strong>stierro, la privación<br />

<strong>de</strong> hábitos o <strong>de</strong> los honores <strong>de</strong> caballero, muchas <strong>de</strong> las cuales eran<br />

complementarias <strong>de</strong> otras penas más severas.

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