El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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En los cristales <strong>de</strong>snudos <strong>de</strong> la ventana el <strong>de</strong>ca<strong>de</strong>nte resplandor <strong>de</strong><br />
la calle iba siendo substituido por la luz cenicienta y mate que<br />
preludiaba el anochecer. Teo había vuelto a tumbarse en el lecho,<br />
ja<strong>de</strong>ando, y Cipriano, en un esfuerzo <strong>de</strong>sesperado, trató <strong>de</strong><br />
inmovilizarla, <strong>de</strong> sujetar sus anchas espaldas contra el jergón. <strong>El</strong>la<br />
volvía los ojos, bizqueaba, mientras él le repetía que estuviera<br />
tranquila, que todo tenía remedio, que volvería al medicamento, dos<br />
tomas en lugar <strong>de</strong> una, pero sus ojos bizcos iban hundiéndose más y<br />
más tras los pómulos, en una mirada la<strong>de</strong>ada e inexpresiva. Eran<br />
unos ojos ocluidos, incapacitados para ver y compren<strong>de</strong>r.<br />
Forcejearon <strong>de</strong> nuevo y Teo consiguió darse la vuelta.<br />
Tenía más fuerza <strong>de</strong> la que Cipriano hubiera podido sospechar.<br />
Esta enfermedad, este tipo <strong>de</strong> enfermeda<strong>de</strong>s vigoriza a los pacientes,<br />
se <strong>de</strong>cía. Consiguió ponerla boca arriba y le atenazó las muñecas<br />
contra la almohada. Al sentirse inmovilizada, Teo reanudó su<br />
rosario <strong>de</strong> invectivas, cada vez más procaces y, <strong>de</strong> improviso,<br />
mencionó su dote, su herencia, su fortuna.<br />
¿Dón<strong>de</strong> había metido Cipriano “su” dinero? Este factor añadía<br />
nuevos motivos <strong>de</strong> agravio, buscaba en su mente confusa<br />
calificativos más hirientes, continuaba ofendiéndole más, en su<br />
<strong>de</strong>sma<strong>de</strong>jamiento general.<br />
Cipriano advertía que, tras dos horas <strong>de</strong> lucha, la tensión <strong>de</strong> su<br />
esposa iba cediendo. De nuevo intentó acariciarle la frente, pero otra<br />
vez su boca se revolvió contra su pequeña mano hecha una furia.<br />
Sin embargo, al tercer intento, ella aceptó la caricia, se <strong>de</strong>jó tocar.<br />
Tornó él a halagarla murmurando suaves palabras <strong>de</strong> afecto y ella<br />
quedó inmóvil escuchando atentamente su voz, probablemente sin<br />
enten<strong>de</strong>r su significado. Teo acezaba, los ojos cerrados como<br />
<strong>de</strong>spués <strong>de</strong> un arduo esfuerzo físico, mientras él proseguía<br />
acariciándola, se hacía anillos con los rizos <strong>de</strong> su pelo, pero ella ni<br />
lo agra<strong>de</strong>cía ni protestaba. Había alcanzado ese punto neutro, flojo,<br />
en que suelen resolverse algunas crisis nerviosas. Empezó a llorar<br />
mansamente. Rodaban las lágrimas calientes y silenciosas por sus<br />
mejillas y él las restañaba con el embozo <strong>de</strong> la sábana, con infinita<br />
ternura. No amaba a aquel ser pero lo compa<strong>de</strong>cía. Evocaba los días<br />
<strong>de</strong> La Manga, sus paseos por el monte, cogidos <strong>de</strong> la mano, mientras<br />
las bandadas <strong>de</strong> torcaces se <strong>de</strong>spegaban <strong>de</strong> las encinas con los<br />
buches repletos <strong>de</strong> bellotas o las becadas volaban en el crepúsculo<br />
camino <strong>de</strong> los calveros. En realidad, Teo había sido para él como<br />
esas palomas o esas becadas, un fruto más <strong>de</strong> la naturaleza, vivo y