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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Arcidiano<br />

Mas querría que ni aquél ni otro ninguno pareciese, que no que me<br />

hicieran adorar un pecador en lugar <strong>de</strong> un santo.<br />

Cipriano asentía a las palabras <strong>de</strong> doña Leonor, bajaba la cabeza<br />

afirmativamente ante la ingeniosa respuesta <strong>de</strong> Arcidiano.<br />

La voz <strong>de</strong> doña Leonor proseguía:<br />

Latancio<br />

¿No querríais mejor que el cuerpo <strong>de</strong> santa Ana que, como dicen,<br />

está en Dura y en León, enterrasen en una sepultura y nunca se<br />

mostrara, que no que con el uno <strong>de</strong> ellos engañasen tanta gente?<br />

Arcidiano<br />

Sí, por cierto.<br />

Latancio<br />

Pues <strong>de</strong> esta manera hallaréis infinitas reliquias por el mundo y se<br />

per<strong>de</strong>ría muy poco en que no las hubiese. Quisiera Dios que en ello se<br />

pusiera remedio.<br />

<strong>El</strong> prepucio <strong>de</strong> Nuestro Señor yo lo he visto en Roma y en Burgos y<br />

también en Nuestra Señora <strong>de</strong> Auvernia (rumores <strong>de</strong> risas). Y la<br />

cabeza <strong>de</strong> sant Joan Baptista, en Roma y en Amiens, <strong>de</strong> Francia<br />

(cuchicheos y risas). Doce apóstoles habría si los quisierais contar, y,<br />

aunque no fueron más <strong>de</strong> doce, hallaríamos veinticuatro en diversos<br />

lugares <strong>de</strong>l mundo. Los clavos <strong>de</strong> la cruz escribe Eusebio que fueron<br />

tres y el uno lo echó santa <strong>El</strong>ena en el mar Adriático para amansar<br />

la tempestad y el otro hizo fundir un almete para su hijo y <strong>de</strong>l otro<br />

hizo un freno para su caballo...<br />

Súbitamente se oyeron pasos y ruido <strong>de</strong> voces en la calle.<br />

Inmediatamente cesaron las risas reprimidas <strong>de</strong> los congregados,<br />

doña Leonor interrumpió la lectura y levantó la cabeza. Reinaba un<br />

gran silencio; el auditorio, pendiente <strong>de</strong> la mesa, no respiraba. <strong>El</strong><br />

Doctor Cazalla alzó su mano blanca y <strong>de</strong>lgada y ocultó la llama <strong>de</strong><br />

la bujía. Cipriano hizo otro tanto con la <strong>de</strong>l vano, a su lado. Las<br />

voces se aproximaban. Doña Leonor miraba a los presentes uno por<br />

uno como queriendo transmitirles seguridad. <strong>El</strong> grupo parecía<br />

haberse <strong>de</strong>tenido ante la casa y, <strong>de</strong> pronto, sonó una voz potente:

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