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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong>splazaban <strong>de</strong> palo a palo, preguntando quién era su titular,<br />

entretenían los minutos <strong>de</strong> espera en las casetas <strong>de</strong> baratijas, “el<br />

tiro al pimpampum” o “la pesca <strong>de</strong>l barbo”.<br />

Otros se habían estacionado hacía rato ante los postes y <strong>de</strong>fendían<br />

sus puestos con uñas y dientes. En cualquier caso el humo <strong>de</strong> freír<br />

churros y buñuelos se difundía por el quema<strong>de</strong>ro mientras los asnos<br />

iban llegando. <strong>El</strong> último número estaba a punto <strong>de</strong> comenzar: la<br />

quema <strong>de</strong> los herejes, sus contorsiones y visajes entre las llamas, sus<br />

alaridos al sentir el fuego sobre la piel, las patéticas expresiones <strong>de</strong><br />

sus rostros en los que ya se entreveía el rastro <strong>de</strong>l infierno.<br />

Des<strong>de</strong> lo alto <strong>de</strong>l borrico, Cipriano divisó las hileras <strong>de</strong> palos, las<br />

cargas <strong>de</strong> leña, a la vera, las escalerillas, las argollas para amarrar<br />

a los reos, las nerviosas idas y venidas <strong>de</strong> guardas y verdugos al pie.<br />

La multitud apiñada prorrumpió en gran vocerío al ver llegar los<br />

primeros borriquillos.<br />

Y al oír sus gritos, los que entretenían la espera a alguna distancia<br />

echaron a correr <strong>de</strong>salados hacia los postes más próximos. Uno a<br />

uno, los asnillos con los reos se iban dispersando, buscando su sitio.<br />

Cipriano divisó inopinadamente a su lado el <strong>de</strong> Pedro Cazalla, que<br />

cabalgaba amordazado, <strong>de</strong>scompuesto por unas bascas tan<br />

aparatosas que los alguaciles se apresuraron a bajarle <strong>de</strong>l pollino<br />

para darle agua <strong>de</strong> un botijo. Había que recuperarlo. Por respeto a<br />

los espectadores había que evitar quemar a un muerto. Luego, alzó<br />

la cabeza y volvió la vista enloquecida hacia el quema<strong>de</strong>ro. Los<br />

palos se levantaban cada veinte varas, los más próximos al barrio <strong>de</strong><br />

Curtidores para los reconciliados, y, los <strong>de</strong>l otro extremo, para ellos,<br />

para los quemados vivos, por un or<strong>de</strong>n previamente establecido:<br />

Carlos <strong>de</strong> Seso, Juan Sánchez, Cipriano Salcedo, fray Domingo <strong>de</strong><br />

Rojas y Antonio Herrezuelo.<br />

<strong>El</strong> <strong>de</strong> don Carlos era contiguo al <strong>de</strong>l Doctor, que sería agarrotado<br />

previamente, y, antes <strong>de</strong> que el verdugo lo ejecutara, intentó hablar<br />

<strong>de</strong> nuevo al pueblo, pero el gentío, que adivinó su intención,<br />

prorrumpió en gritos y silbidos.<br />

Les enojaban los arrepentimientos tardíos, que dilataban o<br />

escamoteaban lo más atractivo <strong>de</strong>l espectáculo. En tanto al Doctor le<br />

ajustaban al cuello el tornillo <strong>de</strong>l garrote, dos guardas <strong>de</strong>smontaron<br />

<strong>de</strong>l borrico a Cipriano Salcedo y, una vez en el suelo, le sostuvieron<br />

por los brazos para evitar que cayera.

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