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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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distinguir el error <strong>de</strong> la verdad, mientras escuchaba distraído <strong>de</strong><br />

labios <strong>de</strong> Dato las últimas nuevas:<br />

se anunciaba un día sofocante, más propio <strong>de</strong> agosto que <strong>de</strong> mayo, y<br />

muchos vecinos, que no habían encontrado localidad en las gradas,<br />

preparaban su emplazamiento en los tejados bajo toldos <strong>de</strong> anjeo,<br />

preservados por barandillas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra.<br />

En espera <strong>de</strong> la llegada <strong>de</strong>l Rey nuestro señor y <strong>de</strong> los Príncipes, más<br />

<strong>de</strong> dos mil personas velaban en la plaza al resplandor <strong>de</strong> hachones y<br />

luminarias. |No vea vuesa merced, parece el juicio final| —sentenció<br />

Dato en el colmo <strong>de</strong> la admiración.<br />

En pleno monólogo <strong>de</strong>l carcelero, empezaron a oírse carreras por los<br />

corredores, golpes apremiantes en las puertas <strong>de</strong> las celdas y voces<br />

habituadas al mando, gritando:<br />

¡a formar!, ¡a formar! Fray Domingo, serio y circunspecto, con el<br />

nuevo sayo, se puso en pie por sí mismo; Cipriano, auxiliado por<br />

Dato. Le habían liberado <strong>de</strong> los grilletes y notaba sueltas las piernas<br />

pero no las fuerzas precisas para sostenerse en pie. En el zaguán<br />

Dato le encomendó a dos familiares <strong>de</strong> la Inquisición que vestían<br />

sayo <strong>de</strong> paño bajo la capa, pese al día caluroso que se avecinaba.<br />

Allí se concentraban los con<strong>de</strong>nados varones que eran ayudados a<br />

vestirse y calzarse por los propios acompañantes. Aquella reunión<br />

ocasional era como el envés <strong>de</strong> los conventículos, los mismos<br />

hombres, pero sin el sentimiento <strong>de</strong> fraternidad que antaño los unía,<br />

más bien dominados por el recelo y la <strong>de</strong>sconfianza, cuando no por<br />

la hostilidad o el odio. Cipriano levantaba la cabeza, tratando <strong>de</strong><br />

encontrar el eje <strong>de</strong> visión. A su <strong>de</strong>recha, fruncido, transparente,<br />

huidizo, encogido sobre sí mismo, <strong>de</strong>scubrió al Doctor y, tras él, a<br />

don Carlos <strong>de</strong> Seso, a quien los malos tratos y un año <strong>de</strong> prisión<br />

habían convertido en un viejo mendigo claudicante. La cabeza<br />

indócil, escurrido <strong>de</strong> carnes, vencido <strong>de</strong> hombros, se asía al brazo <strong>de</strong><br />

un familiar como un náufrago a una tabla. Las piernas no<br />

soportaban su peso y la antigua gallardía, su aticismo y nobleza se<br />

habían venido abajo. Del otro lado, dos familiares embutían al<br />

bachiller Herrezuelo en el nuevo sayo y le protegían los pies<br />

hinchados con calzado <strong>de</strong> cuerda. Se hallaba amordazado y<br />

maniatado y sus ojos grises, bajo las espesas cejas, miraban<br />

enloquecidos a todas partes sin <strong>de</strong>tenerse en ninguna. Cipriano se<br />

acercó a Juan García, el joyero, y le preguntó por la razón <strong>de</strong> la<br />

mordaza <strong>de</strong>l bachiller y aquél, que en la penumbra <strong>de</strong>l zaguán<br />

apenas advertía quien le hablaba, respondió que se había vuelto<br />

loco, que <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que salió <strong>de</strong> la celda no había hecho otra cosa que<br />

blasfemar contra Dios. Las conversaciones se mantenían a medio

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