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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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<strong>de</strong>spertar sospechas en el Santo Oficio. Algún día podremos sacar a<br />

la luz nuestra fe.<br />

—¿Tantos somos los nuevos cristianos, reverencia?<br />

<strong>El</strong> rictus <strong>de</strong> amargura se acentuó en su boca, y, sin embargo, dijo:<br />

—Mira, hijo. Si esperaran cuatro meses para perseguirnos seríamos<br />

tantos como ellos. Y si seis, podríamos hacer con ellos lo que ellos<br />

quieren hacer con nosotros.<br />

A Cipriano le impresionó la respuesta <strong>de</strong>l Doctor. ¿Pretendía<br />

insinuar que la mitad <strong>de</strong> la ciudad estaba contagiada por “la<br />

lepra”?<br />

¿Quería <strong>de</strong>cir que la gran masa <strong>de</strong> fieles que acudían a sus<br />

sermones comulgaban con la Reforma? Para Salcedo, los hermanos<br />

Cazalla y don Carlos <strong>de</strong> Seso eran tres autorida<strong>de</strong>s indiscutibles,<br />

más lúcidos que el resto <strong>de</strong> los humanos.<br />

En sus ratos <strong>de</strong> recogimiento agra<strong>de</strong>cía a Nuestro Señor que los<br />

hubiera puesto en su camino. Su adoctrinamiento había cimentado<br />

su creencia, disipado los viejos escrúpulos: le había <strong>de</strong>vuelto la<br />

serenidad. Ya no le angustiaban las dudas, la impaciencia por llevar<br />

a cabo buenas obras. No obstante, a veces, cuando agra<strong>de</strong>cía a Dios<br />

el encuentro con personas tan virtuosas, atravesaba su cabeza como<br />

un relámpago la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> si aquellas tres personas, tan distintas en<br />

el aspecto externo, no estarían unidas por el marco <strong>de</strong> la soberbia.<br />

Sacudía violentamente la cabeza para ahuyentar el pecaminoso<br />

pensamiento. <strong>El</strong> Maligno no <strong>de</strong>scansaba, se lo había advertido el<br />

Doctor. Era necesario vivir con el espíritu alerta. Pero <strong>de</strong>bía tratarse<br />

<strong>de</strong> aprensiones acci<strong>de</strong>ntales, pensaba, puesto que él acataba la voz<br />

<strong>de</strong> sus maestros, los veneraba. Su inteligencia estaba tan por encima<br />

<strong>de</strong> la suya que constituía un raro privilegio po<strong>de</strong>r cogerse <strong>de</strong> su<br />

mano, cerrar los ojos y <strong>de</strong>jarse llevar.<br />

Era enero, el día 29. <strong>El</strong> Doctor se levantó <strong>de</strong> la vieja silla y agitó con<br />

brío una campanita <strong>de</strong> plata que tomó <strong>de</strong> la escribanía.<br />

Entró Juan Sánchez, el criado, tan escuchimizado como siempre, con<br />

su rostro apergaminado, amarillo <strong>de</strong> papel viejo:<br />

—Juan —dijo el Doctor—, al señor ya le conoces: don Cipriano<br />

Salcedo. Asistirá al conventículo <strong>de</strong>l viernes. Convoca a los <strong>de</strong>más<br />

para las once <strong>de</strong> la noche. La contraseña es “Torozos” y la respuesta<br />

“Libertad”. Como siempre, mucha discreción.

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