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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Únicamente su mirada es especial, tierna, incitante. Unos ojos color<br />

miel que cambian <strong>de</strong> matices con la luz. Unos ojos bellísimos. Luego<br />

están su boca montaraz y la calidad <strong>de</strong> su carne; su tamaño y su<br />

blancura te inducirán a pensar en una mujer blanda cuando es todo<br />

lo contrario.<br />

Cipriano se sofocó. De improviso se dio cuenta <strong>de</strong> que sus palabras<br />

habían ido <strong>de</strong>masiado lejos, venían a <strong>de</strong>svelar un conocimiento<br />

prematuro <strong>de</strong> su novia. Pensó que su tía iba a <strong>de</strong>cirle algo al<br />

respecto pero su tía pensó lo que él pensaba y se <strong>de</strong>svió hábilmente<br />

por otro registro:<br />

—¿Cómo se llama?<br />

—Teodomira —dijo él.<br />

—¡Dios mío! Es horrible —doña Gabriela no se pudo contener y se<br />

llevó sus cuidadas manos a los ojos. Terció el tío Ignacio:<br />

—Esos <strong>de</strong>talles carecen <strong>de</strong> importancia.<br />

La tía sonrió como si se excusase:<br />

—Po<strong>de</strong>mos llamarla Teo —dijo—.<br />

Eso no compromete a nada.<br />

Prosiguió la conversación en una atmósfera tirante, don<strong>de</strong> ninguna<br />

<strong>de</strong> las partes se plegaba. Pero el sentido común <strong>de</strong> Ignacio Salcedo<br />

se fue imponiendo. Lo fundamental era estar seguro <strong>de</strong> su<br />

enamoramiento. En consecuencia, lo pru<strong>de</strong>nte sería esperar un par<br />

<strong>de</strong> meses antes <strong>de</strong> tomar una <strong>de</strong>terminación.<br />

<strong>El</strong> 17 <strong>de</strong> febrero, un día abierto y azul, <strong>de</strong> primavera anticipada, se<br />

cumplió el plazo. Vicente, el criado, limpió y preparó el coche la<br />

víspera para trasladar a La Manga a su amo con el tío Ignacio. Doña<br />

Gabriela prefirió no asistir. No teniendo Teo madre, le parecía<br />

improce<strong>de</strong>nte su presencia. En realidad le asustaba. Cipriano, con<br />

traje <strong>de</strong> brocado y seda <strong>de</strong> ricos bordados y una presea pinjante en<br />

la pechera <strong>de</strong>l jubón, pasó por la casa <strong>de</strong> su tío a recogerle. <strong>El</strong> oidor<br />

<strong>de</strong> la Chancillería, con mangas folladas y jubón <strong>de</strong> raso carmesí,<br />

parecía arrancado <strong>de</strong> un cuadro, lo que indujo a Cipriano a pensar<br />

en los atuendos que encontraría en La Manga. Después <strong>de</strong> orillar los<br />

bogales <strong>de</strong>l camino, conforme a su experiencia, el carruaje se <strong>de</strong>tuvo<br />

ante la puerta <strong>de</strong> la parra junto al pozo. No había nadie en los

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