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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Arcidiano<br />

Eso, como <strong>de</strong>cís, a la verdad, es más <strong>de</strong> reír que <strong>de</strong> llorar.<br />

Los últimos párrafos habían iluminado el rostro <strong>de</strong> doña Leonor con<br />

su sonrisa <strong>de</strong>ntona. Cerró el libro y observó a los asistentes con<br />

evi<strong>de</strong>nte regocijo, en tanto, el Doctor, que apenas si había<br />

recuperado el color, retiró un poco la escribanía y cruzó los brazos<br />

sobre la mesa como solía hacer en el púlpito en los momentos<br />

cruciales. En la sala se habían producido algunas toses y<br />

carraspeos, aprovechando la pausa, pero al observar los<br />

preparativos <strong>de</strong>l Doctor, se hizo <strong>de</strong> nuevo el silencio. La voz <strong>de</strong><br />

Cazalla, entera y empañada como en los sermones, resultaba más<br />

asequible y confi<strong>de</strong>ncial que en la iglesia. Aludió al famoso diálogo<br />

<strong>de</strong> Latancio y Arcidiano, parte <strong>de</strong>l cual acababan <strong>de</strong> escuchar, y dijo<br />

que era <strong>de</strong> por sí tan expresivo y jocoso, que casi sobraba todo<br />

comentario. Pero atraído, como siempre, por la sistemática y el<br />

or<strong>de</strong>n dijo que, aprovechando la circunstancia <strong>de</strong> la lectura, iba a<br />

<strong>de</strong>cir dos palabras sobre el tema que traían entre manos: las<br />

reliquias.<br />

<strong>El</strong> auditorio se había distraído un poco, se miraban unos a otros, se<br />

saludaban inclinando las cabezas. Cipriano advirtió que don Carlos<br />

<strong>de</strong> Seso se volvía con frecuencia hacia Ana Enríquez. Y que el<br />

bachiller Herrezuelo tenía como una cicatriz que tiraba <strong>de</strong> su labio<br />

superior, imprimiéndole una mueca permanente que no se sabía si<br />

era <strong>de</strong> alborozo o <strong>de</strong> repugnancia.<br />

Por su parte la familia Cazalla se había relajado. La palabra <strong>de</strong> la<br />

madre encerraba para algunos mayor atractivo que la <strong>de</strong>l Doctor y<br />

varios <strong>de</strong> ellos habían reído en corto durante la lectura <strong>de</strong>l coloquio<br />

<strong>de</strong> Latancio y Arcidiano. <strong>El</strong> Doctor inició así un breve comentario al<br />

texto. Volvió a mencionar el humor cáustico <strong>de</strong> Valdés y advirtió que<br />

el culto a las reliquias respondía <strong>de</strong> ordinario a invenciones urdidas<br />

sobre Cristo o los santos que, como diría Lutero, |hacían reír al<br />

diablo|. A lo largo <strong>de</strong> unos minutos intentó <strong>de</strong>mostrar que las<br />

reliquias eran algo innecesario y no sólo inútil sino nocivo para la<br />

Iglesia y que <strong>de</strong>beríamos esforzarnos para <strong>de</strong>sarraigar ese culto<br />

pueril <strong>de</strong> nuestras costumbres religiosas. Y con esa habilidad<br />

congénita <strong>de</strong>l Doctor para enhebrar dos hilos en la misma aguja<br />

terminó hablando <strong>de</strong>l problema <strong>de</strong> las indulgencias, tan frecuente en<br />

su oratoria, para <strong>de</strong>cir que las indulgencias, para vivos y para<br />

muertos, se producían inevitablemente con el dinero <strong>de</strong> por medio y

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