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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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Un día <strong>de</strong> fiesta, llegada la primavera, apareció el tío Ignacio en el<br />

colegio. Su tez, <strong>de</strong>bido a la vida en el pueblo, era aún más rojiza que<br />

<strong>de</strong> ordinario. Las primeras palabras <strong>de</strong> su tío fueron para felicitarle<br />

por su comportamiento durante la peste. Entre las medallas que<br />

programaba el Ayuntamiento había una para los colegiales <strong>de</strong>l<br />

Hospital <strong>de</strong> Niños Expósitos.<br />

Fue la única alusión al pasado.<br />

Acto seguido, el tío le habló <strong>de</strong> su porvenir. Cipriano aceptó la i<strong>de</strong>a<br />

<strong>de</strong> doctorarse en Leyes y también la <strong>de</strong> vivir en casa <strong>de</strong> sus tíos<br />

hasta alcanzar la mayoría <strong>de</strong> edad y entrar en posesión <strong>de</strong> sus<br />

bienes. No aceptó, en cambio, la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> su tío Ignacio <strong>de</strong> prohijarle.<br />

<strong>El</strong> <strong>de</strong>sapego <strong>de</strong> Cipriano hacia el género humano, su triste<br />

experiencia filial, le llevó a inclinarse por la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la tutela y a<br />

aceptar a su tío como tutor. Seguidamente, el tío Ignacio le dijo que<br />

tan pronto la Chancillería retornase a la villa, le recogería en el<br />

colegio puesto que, dado su alto cargo en él, había resuelto <strong>de</strong><br />

antemano el enojoso asunto <strong>de</strong>l papeleo.<br />

La casa <strong>de</strong> su tío, la tía Gabriela, las criadas, la vida en familia,<br />

supuso para Cipriano una innovación poco confortadora.<br />

Echaba <strong>de</strong> menos a los condiscípulos, los paseos, las clases<br />

colectivas, los juegos, las charlas, las costumbres adquiridas. <strong>El</strong><br />

anuncio <strong>de</strong> un preceptor, don Gabriel <strong>de</strong> Salas, no mejoró la<br />

situación. <strong>El</strong> recuerdo <strong>de</strong>l anterior en casa <strong>de</strong> su padre, |el temor al<br />

tabique|, se reprodujo en él <strong>de</strong> manera automática. Doña Gabriela se<br />

<strong>de</strong>svivía por aten<strong>de</strong>rle, por hacerle la vida más agradable. Con un<br />

instinto femenino muy aguzado, un día le preguntó si no echaba en<br />

falta a Minervina.<br />

Cipriano asintió. La ausencia <strong>de</strong> Minervina, la única persona a la<br />

que había querido, en la que siempre se había refugiado, le hacía<br />

especialmente vacía la vuelta al hogar. Por otro lado el<br />

<strong>de</strong>scubrimiento <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> su tío alentaba a Cipriano. No era,<br />

como cabía pensar, la casa pretenciosa <strong>de</strong> un gran burgués sino el<br />

refugio atractivo y sereno <strong>de</strong> un intelectual.<br />

Cipriano pasaba horas en la biblioteca don<strong>de</strong> se alineaban más <strong>de</strong><br />

quinientos volúmenes, algunos <strong>de</strong> ellos editados en Valladolid,<br />

traducciones en romance <strong>de</strong> Juvenal, Salustio y la “Iliada”. Los<br />

poetas latinos estaban casi todos y, paso a paso, Cipriano fue<br />

<strong>de</strong>scubriendo el placer <strong>de</strong> la lectura, el acto íntimo y silencioso <strong>de</strong><br />

<strong>de</strong>sflorar un libro. Por otro lado, en la casa había buena pintura,

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