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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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íntegro, su rostro rojo y barbilampiño se acaloraba al abordar estos<br />

temas:<br />

—Nos quitan la tierra bajo los pies, Bernardo. Hacen escarnio <strong>de</strong> lo<br />

que consi<strong>de</strong>ramos más respetable.<br />

Lutero se irritó contra el Papa que encomendó a los dominicos la<br />

predicación <strong>de</strong> las indulgencias pero lo que, en realidad, quería<br />

<strong>de</strong>cirnos es que las indulgencias y los sufragios no sirven para nada,<br />

ni si me apuras la penitencia. Según él lo único que nos salva es la<br />

fe en el sacrificio <strong>de</strong> Cristo.<br />

Bernardo escuchaba con curiosidad. Le intrigaba aquel mundo<br />

inasible en el que daba por sentada la prioridad <strong>de</strong> su hermano.<br />

Dijo:<br />

—<strong>El</strong> problema <strong>de</strong> la salvación ha sido siempre el gran problema <strong>de</strong>l<br />

hombre.<br />

Ignacio apoyaba los codos en los muslos para aproximarse a su<br />

hermano.<br />

—Lutero rehuye la controversia. Destruir es su objetivo, acabar con<br />

el Papa a quien ha llamado asno y suplantador <strong>de</strong> Cristo. Una vez<br />

abolido el papado tendría el campo libre para los suyos. <strong>El</strong><br />

luteranismo es ya un movimiento consi<strong>de</strong>rable. <strong>El</strong> intento <strong>de</strong><br />

conciliación <strong>de</strong> Eck ha resultado un fracaso. Lutero no se retracta<br />

<strong>de</strong> nada. Dice que para discutir necesita un Papa mejor informado.<br />

León X ha con<strong>de</strong>nado su doctrina y le ha excomulgado y el<br />

Emperador ha ratificado en Worms esta con<strong>de</strong>na. Lutero ha<br />

escapado a Wartburg y, encerrado en el castillo <strong>de</strong>l Príncipe, no cesa<br />

<strong>de</strong> escribir libros incendiarios que difundirán “la lepra” por Europa.<br />

Don Bernardo Salcedo bebió un trago <strong>de</strong> vino <strong>de</strong> Rueda. Las<br />

vespertinas visitas a su hermano tenían esta ventaja: obsequiaba a<br />

los invitados con los mejores vinos <strong>de</strong>l país. Su bo<strong>de</strong>ga y su<br />

biblioteca, con quinientos cuarenta y tres volúmenes, eran <strong>de</strong> las<br />

más acreditadas <strong>de</strong> la villa. Y, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> beber buen vino, lo ofrecía<br />

en copas <strong>de</strong>l más fino cristal que Gabriela, su cuñada, conservaba<br />

tan impolutas como las ropas <strong>de</strong> sus atuendos que tanto atraían a<br />

Mo<strong>de</strong>sta y Minervina. Era, el <strong>de</strong> don Ignacio, el matrimonio sin hijos<br />

mejor asentado y relacionado en la villa vallisoletana. Y aunque don<br />

Bernardo se permitía a veces alguna broma a cuenta <strong>de</strong> la<br />

religiosidad <strong>de</strong> su hermano, y a pesar <strong>de</strong> ser ocho años más viejo que<br />

él, sentía por su persona y opiniones un respeto físico, especulativo y

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