El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba
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Pero, <strong>de</strong> ordinario, caminaban en silencio. Sánchez y Salcedo oían,<br />
<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ellos, el arrastrar <strong>de</strong> pies <strong>de</strong> fray Domingo y los pasos<br />
firmes <strong>de</strong> don Carlos <strong>de</strong> Seso, que muy raramente cambiaban una<br />
palabra entre ellos. <strong>El</strong> dominico estaba convencido <strong>de</strong> que<br />
únicamente ahorrando hasta la última gota <strong>de</strong> saliva podría llegar<br />
vivo a Valladolid. Era <strong>de</strong> complexión fuerte, pero blando, se quejaba<br />
<strong>de</strong> los juanetes y, cada vez que la cuerda se <strong>de</strong>tenía, se manoseaba<br />
impúdicamente los pies. Molestias aparte, su gran preocupación,<br />
como la <strong>de</strong> sus compañeros, era el porvenir. ¿Qué les aguardaba?<br />
Sin duda un proceso y, tras él, un castigo. Pero ¿qué clase <strong>de</strong><br />
castigo? Don Carlos <strong>de</strong> Seso conocía la carta <strong>de</strong>l inquisidor Valdés a<br />
Carlos V, retirado en Yuste, en la que rogaba que “se atajase tan<br />
gran mal y que los culpados fueran punidos y castigados con el<br />
mayor rigor sin excepción <strong>de</strong> ninguna clase”. Seso interpretaba esto<br />
en el sentido <strong>de</strong> que se preparaba un escarmiento ejemplar, sin<br />
prece<strong>de</strong>ntes en España. <strong>El</strong> corregidor <strong>de</strong> Toro disponía <strong>de</strong> una gran<br />
habilidad para hacer amigos y hablaba con unos y otros sin<br />
distinción, tanto con los oficiales como con los soldados y, si se<br />
terciaba, con los familiares <strong>de</strong> la Inquisición. Estaba al día <strong>de</strong> todo.<br />
Sabía todo. Temía tanto a Felipe II como a Carlos V, y tenía el<br />
convencimiento <strong>de</strong> que antes <strong>de</strong> 1558 los castigos hubieran sido más<br />
leves, pero hoy Pablo IV no cejaba, <strong>de</strong>cía. En los <strong>de</strong>scansos <strong>de</strong> la<br />
tar<strong>de</strong> les informaba <strong>de</strong> estos asuntos, <strong>de</strong> la carta <strong>de</strong>l inquisidor<br />
Valdés al Emperador, <strong>de</strong> las <strong>de</strong> éste a su hija, la gobernadora en<br />
ausencia <strong>de</strong> su hermano, y a Felipe II, pidiendo “prisa, rigor y recio<br />
castigo”. Muchos no saldremos <strong>de</strong> ésta, <strong>de</strong>cía y llegó a tramar un<br />
plan para fugarse pero no encontró ocasión <strong>de</strong> llevarlo a cabo.<br />
En general era lo inesperado, los inci<strong>de</strong>ntes <strong>de</strong> cada día, lo que daba<br />
contenido a sus preocupaciones y a sus breves charlas <strong>de</strong> sobremesa.<br />
Un día, todavía en Navarra, un pueblo bien organizado atacó con<br />
piedras a los presos. Eran hombres y mozos armados con hondas que<br />
surgían <strong>de</strong> las bocacalles y los apedreaban, sin compasión. Los<br />
cuatro oficiales los perseguían a caballo, pero, tan pronto<br />
<strong>de</strong>saparecían, otro grupo surgía en la encrucijada siguiente con<br />
nuevos bríos y pedruscos <strong>de</strong> mayor tamaño. Un soldado fue herido en<br />
la frente y cayó <strong>de</strong>svanecido y, entonces, sus compañeros dispararon<br />
sus arcabuces “tirando a las piernas”, como voceaba el bizco Vidal<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> su caballo.<br />
Las hostilida<strong>de</strong>s se endurecían por momentos. Las mujeres<br />
arrojaban <strong>de</strong>s<strong>de</strong> los balcones herradas <strong>de</strong> agua hirviendo y<br />
llamaban cabrones, herejes hijos <strong>de</strong> puta a los presos.