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El Hereje.pdf - Biblioteca Digital de Cuba

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exclamación <strong>de</strong> Teo y su <strong>de</strong>mostración muscular <strong>de</strong> la primera<br />

noche, se sintió valorado, distinguido como macho, lo que contribuyó<br />

a crear entre ambos una saludable reciprocidad. <strong>El</strong>la parecía<br />

satisfecha <strong>de</strong> él y él, “Obstinado” aparte, satisfecho <strong>de</strong> ella.<br />

Temerosos <strong>de</strong> que la tía Gabriela <strong>de</strong>jase enfriar sus relaciones,<br />

invitaban a los tíos con alguna asiduidad, <strong>de</strong> modo que,<br />

transcurridos ocho meses <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la boda, Gabriela, tan bien educada<br />

como bien vestida, charlaba y se divertía con Teo como con cualquier<br />

amiga <strong>de</strong> la villa. Más si cabe, puesto que su sobrina política la<br />

trasladaba a un mundo <strong>de</strong>sconocido, el mundo <strong>de</strong>l campo y <strong>de</strong>l<br />

trabajo, en el que todo constituía para ella una novedad: la higiene<br />

personal, los pequeños ritos, la convivencia con los animales. No<br />

asimilaba, por ejemplo, que una manada <strong>de</strong> gansos resultara más<br />

eficaz que los mastines para la guarda <strong>de</strong> la casa, como Teo<br />

aseguraba. Los “patos”, para la tía, eran animales domésticos<br />

carentes <strong>de</strong> agresividad. Gabriela le preguntaba por sus vestidos, los<br />

muebles <strong>de</strong>l hogar, sus adornos. No comprendía que Teo hubiera<br />

podido vivir años con una saya para el trabajo y un traje para los<br />

días festivos. La muchacha admitía que su padre era rico pero le<br />

costaba ganarlo y le dolía que se malgastase. <strong>El</strong> hecho <strong>de</strong> que don<br />

Segundo le hubiese dotado con mil ducados venía a <strong>de</strong>mostrar que<br />

su padre había vivido sólo para ella. Este pensamiento la<br />

emocionaba y, prácticamente todos los meses, subía al monte <strong>de</strong><br />

Peñaflor para darle un abrazo. Incluso alimentaba “in mente” un<br />

noble propósito: pasar con él un par <strong>de</strong> semanas cada primavera<br />

para ayudarle en el esquileo.<br />

Pero, antes <strong>de</strong> que pudiera poner en práctica su propósito, don<br />

Segundo se volvió a casar. Estacio <strong>de</strong>l Valle bajó <strong>de</strong> Villanubla en la<br />

mula a notificárselo a Cipriano. Don Segundo Centeno, “el Perulero”,<br />

había contraído matrimonio con la Petronila, la chica mayor <strong>de</strong>l<br />

Telesforo Mozo, uno <strong>de</strong> los pastores <strong>de</strong> Castro<strong>de</strong>za, una boda<br />

acertada, a juicio <strong>de</strong> Estacio <strong>de</strong>l Valle, porque, <strong>de</strong> una sola tacada,<br />

don Segundo dispondría <strong>de</strong> mujer para yacer y obrera para esquilar<br />

ya que, ausente Teodomira, la Petronila era la mejor peladora <strong>de</strong> la<br />

comarca. Por su parte, Telesforo Mozo, el pastor, tampoco quedó<br />

<strong>de</strong>snudo: Don Segundo le autorizó a llevar con su rebaño un hatajo<br />

<strong>de</strong> ovejas <strong>de</strong> vientre cuyos gastos corrían por cuenta <strong>de</strong>l patrón.<br />

Informada <strong>de</strong> la novedad, Teo esperó a Cipriano a la salida <strong>de</strong>l<br />

Puente Mayor con la intención <strong>de</strong> subir juntos a La Manga. Estaba<br />

sofocada e irritable, en plena crisis, y no aceptaba la comprensión<br />

<strong>de</strong> Cipriano hacia la <strong>de</strong>cisión <strong>de</strong> su padre. Pero cuando ella le<br />

recriminó a éste la boda arrastrada que había hecho y él le hizo ver<br />

que el ganado era muy esclavo y que sólo con dos manos, más viejas

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