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LA CONQUISTA Y EL VIRREINATO 141<br />

gas de mediocre cuantía en la avara tierra castellana, apetecía<br />

él extensos repartimientos en el Perú, aunque su<br />

lealtad fue dudosa, --pues si al principio de la rebeBón<br />

sirvió al Virrey Núñez Vela, y se vio por ello en apretados<br />

trances, después, obedeciendo al poder de las circunstancias<br />

o a su condición tornadiza, figuró entre los que prendieron<br />

al Virrey, militó como Alférez General de Gonzalo<br />

Pizarra y aun estuvo nombrado como procurador suyo para<br />

España. Siguiendo la corriente de los sucesos, mudó de<br />

bando a la llegada de Gasca; y, a ejemplo de los demás,<br />

pedía por eso, con destemplanza e iracundia, exorbitantes<br />

recompensas. Exacta prefiguración de los doctores revolucionarios,<br />

metidos a guerreros, atentos a los vaivenes de la<br />

fortuna para trocar sin pudor de partido, cínicos explotadores<br />

de la anarquía Española. Recelando que no contuvieran<br />

para él crecidas mercedes los pliegos cerrados que guardaba<br />

el Arzobispo, disonó en el coro de alabanzas corte­<br />

¡,anas de los contertulios; y lo menos que dijo contra el<br />

Presidente fue mal viaje le dé Dios. Quisieron hacerlo callar,<br />

y arreció en sus denuestos. Uno de los concurrentes<br />

pretendió deslhentirlo o desafiarlo; más el Arzobispo sosegó<br />

como pudo el tumulto, prometiéndose reprender en privado<br />

al culpable. Lo hizo, en efecto, llamar en las primeras horas<br />

de la noche siguiente, 1 Q de Febrero; y la escena fue peor<br />

que la de la víspera. A las amonestaciones de D. Jerónimo<br />

respondió el Licenciado Niño con injurias y desprecios; y<br />

acabó desenvainando la espada y amenazándolo de muerte.<br />

Un criado del Arzobispo y algunos acompañantes del Niño,<br />

lo desarmaron y se lo llevaron. Mientras Fr. Jerónimo,<br />

ofendido y alarmado, daba aviso al nuevo Presidente Cianea,<br />

quien le ofreció rápida información judicial, el rumor<br />

se difundía por Lima, exagerando la entidad de lo ocurrido.<br />

Dos de los más famosos capitanes, el caballero talaverano<br />

D. Pablo de Meneses y Alonso de Cáceres, acudieron<br />

a poner a disposición del prelado sus soldados y servido-

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