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TOMO-6

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316 .JOsÉ DE LA RIVA-AGÜERO<br />

pecto de los cerros próximos, cubiertos por el enjambre<br />

de los indios sublevados, era el de un movedizo paño negro;<br />

y que la grita ensordecedora de la muchedumbre, exaltada<br />

por las bocinas y los pututas o cuernos indígenas,<br />

parecían hacer temblar la tierra. De noche relumbraban las<br />

hogueras, innumerables como las estrellas del cielo; y sobre<br />

el fondo rojizo de estas luces de los indios, se recortaban,<br />

como trozos de azabache, los cubos de la gran fortaleza,<br />

recobrada por los incas. Hubo españoles que, para librarse<br />

de las flechas y el humo de los incendios, fueron de parecer<br />

de recluirse en el palacio de Hatuncancha, por el lado donde<br />

hoy está la Catedral; pero la opinión se desechó, comprendiendo<br />

los más avisados que les tapiarían con piedras<br />

1" única puerta de aquel cercado inmenso, y los ahogarían<br />

adentro bien pronto. Proponían otros romper a viva fuerza<br />

el asedio, desocupando la capital, como se hizo en México.<br />

Hernando Pizarro se opuso, afirmando que no desampararía<br />

la ciudad ganada, aun cuando hubiera que resistir por<br />

seis años. Los días más duros fueron del 5 al 21 de Mayo.<br />

Escaseaban muchísimo los víveres y el agua. Los indios se<br />

encarnizaban contra los caballos, en que consistía lo más<br />

de la ventaja española. Cuando derribaban alguno, se precipitaban<br />

con gritería redoblada y le cortaban manos y pie.<br />

Lanzaban con frecuencia al campo de los españoles las degolladas<br />

cabezas de los cautivos y de los asesinados en las<br />

provincias, que no fueron menos de trescientos. Convencíanse<br />

con esto los españoles que todo el país estaba perdido<br />

para ellos, y que el Marqués D. Francisco había sucumbido<br />

en Lima. Así lo clamaban, gesticulando, los indios lenguaraces,<br />

que se explicaban a medias en castellano. Pero un<br />

día, por el mismo arrabal de Carmenca que ya he nombrado<br />

cuando el ataque de los chancas, cayo rodando un saco:<br />

encerraba ocho cabezas de infelices Encomenderos degollados;<br />

y junto con ellas, por industria de un español cautivo,<br />

tránsfuga involuntario, venía un gran paquete de cartas, cuya

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