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TOMO-6

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166 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO<br />

Había ocurrido lo mismo que en Huarina. Los rebeldes,<br />

como hacía siete años, eran amos de todo el Sur, y<br />

podían abrirse paso hacia las ricas provincias de Charcas,<br />

inexhaustas fuentes de recursos; pero, como entonces también,<br />

desperdiciaron la ocasión. Cerca de dos meses se detuvo<br />

Hern{mdez en Chuquinca y en Andahuaylas, curando<br />

a sus heridos y fortaleciéndose con nueva gente. Cuando<br />

envió a su Sargento Mayor Antonio Carrillo a recorrer el<br />

Alto Perú para reunir hombres, armas y dinero, le dio muy<br />

escasa e insegura escolta; y así, los de ésta, con los vecinos<br />

de la ciudad de La Paz, mataron a estocadas a Carrillo y<br />

se pronunciaron por el Rey. Con mejor fortuna, su Maestre<br />

de Campo, Piedrahita, recobró Arequipa, cercando en la<br />

Iglesia Mayor a Gómez de Salís, teniente por los Oidores,<br />

y apoderándose de mucho oro, joyas, armas y caballos.<br />

Grande fue en Lima el sobresalto al saberse la derrota<br />

de Chuquinca. Los Oidores achacaban la culpa a Santillán,<br />

porque sus rencillas con el Arzobispo impidieron la rápida<br />

persecución de los rebeldes. Deliberaron si los condenarían<br />

a muerte o lo remitirían preso a España; mas, pasada la<br />

primera turbación, se serenaron, y Bravo de Saravia tuvo<br />

la hidalguía de asegurar a su émulo la vida y la libertad.<br />

La Audiencia se determinó a salir nuevamente a campaña,<br />

con todas las tropas disponibles. Esta vez se quedó<br />

en Lima el Arzobispo. El Licenciado Altamirano, que no<br />

era de humor andariego, representó a sus colegas que a él<br />

no lo había nombrado el Rey para que guerreara por despoblados<br />

y sierras nevadas, haciendo oficios de General, sino<br />

para que estuviera en Lima juzgando pleitos; que ellos<br />

se fueran en buena hora a lidiar contra los enemigos, pues<br />

tal era su gusto, y él se quedaría en sus estrados, cumpliendo<br />

por todos el deber de librar autos y provisiones. En vano<br />

el marcial Saravia le afeó su conducta, y lo amenazó con<br />

suspenderle el cargo de Oidor y los salarios. No hubo manera<br />

de persuadirlo; y ni siquiera aceptó ser Justicia Mayor

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