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292 J osÉ DE LA RIVA-AGÜERO<br />

quizá, sois nuestros hermanos mayores; pues unos y otros,<br />

los españoles de acá y los hispañoles de allá, somos los hijos<br />

genuinos, y Dios quiera que no ingratos, de la gran madre<br />

difunta, de la excelsa España del Antiguo Régimen, que<br />

pudo tener, como todas las dominaciones, sin ninguna excepción,<br />

sus caídas y sus sombras, pero de la cual a boca<br />

llena me enorgullezco, y frente a las ruindades y apostasías<br />

modernas, me declaro vástago y heredero solidario.<br />

Bien mirada, la soberbia Monarquía española, cuyas<br />

posesiones fueron en lo más valioso marítimas, tuvo como<br />

efectivo centro a Sevilla; y después de la lamentable separación<br />

de las dos Coronas española y portuguesa, y la pérdida<br />

imponderable de Lisboa, la capitalidad más lógica y<br />

segura debió ser Sevilla, como todavía la pensó y quiso ponerlo<br />

por obra el Rey Carlos III. Así, atentos al eje oceánico,<br />

que desde el descubrimiento de América era el vital<br />

para nuestra raza, hubiéramos podido seguir indefinidamente<br />

unidos, con grande y mutuo provecho, llegando, con<br />

el andar del tiempo y por el crecimiento de las colonias y<br />

la iniciativa de la Metrópoli, a una espontánea confederación<br />

de naciones hispanas autónomas y soberanas, como la<br />

que hoy compone y sustenta la grandeza del Imperio Británico.<br />

No nos desanimemos con lo perdido por las intransigencias<br />

de nuestros inmediatos predecesores. Razas como<br />

la nuestra perduran; y en pocas generaciones pueden reparar<br />

los errores y ofuscaciones más graves. Nos queda íntegra<br />

la unidad espiritual, que es fuente de todas las otras. Pese<br />

al míope y grosero materialismo histórico, los sentimientos<br />

son los verdaderos factores de la Historia. Los afectos crean<br />

y determinan los intereses, que no son sino su concreción<br />

y exterioridad. El espíritu es la esencia de la materia, los<br />

anhelos se traducen al cabo en hechos.<br />

y es pasión ardorosa, irrestañable, salvadora y justísima,<br />

la que nos lleva, con todo el mundo contemporáneo,

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