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TOMO-6

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LA CONQUISTA Y EL VIRREINATO 317<br />

lmportancia no sabían aquilatar los indios. Por éstas se<br />

enteraron los sitiados de las consoladoras nuevas de la victoria<br />

en Lima. El Marqués Pizarra y sus Encomenderos y<br />

soldados habían rechazado al ejército de Titu Yupanqui en<br />

las cargas de caballería por los sitios que después fueron la<br />

plaza de Santa Ana y la pampa de San Cristóbal, lugares<br />

históricos de nuestra costeña ciudad. Prometían las mismas<br />

cartas el próximo envío de auxilios para desercar el Cuzco.<br />

Con esto aumentaron los bríos en los fatigados defensores.<br />

Para complemento de consuelo, venían cartas de la lejana<br />

Europa, en que se relataban la espléndida victoria de Carlos<br />

V contra los moros en Túnez y La Goleta, y el jubileo<br />

concedido por el Papa. Por los mismos días se recuperó la<br />

ciudadela de Sajsayhuamán. Dirigió el ataque nocturno el<br />

esforzadísimo Juan Pizarro. Treparon por las callejuelas y<br />

las empinadas cuestas, salvando en la noche, con mil ardides,<br />

las empalizadas y las barricadas de piedras con que los<br />

incas se defendían. Al amanecer emprendieron el asalto de<br />

la fortaleza. Cayó Juan Pizarra con el cráneo roto por un<br />

peñasco que le echaron de la torre mayor; y se lo llevaron<br />

exánime al Cuzco, donde agonizó por quince días. Pero sus<br />

hermanos al frente de una nutrida columna escalaron y ocuparon<br />

las torres del grandioso monumento, que ahora se explora<br />

en su complicada integridad. Era defensor del torreón<br />

principal un indio noble, al que la tradición apellida Cahuide,<br />

sin que yo recuerde haber leído este nombre en ninguno<br />

de los documentos primitivos. Alma de la resistencia, el valeroso<br />

orejón mataba a sus compañeros que trataban de rendirse,<br />

rompía las escalas de los castellanos y los precipitaba<br />

al abismo, manejaba con extraordinaria bizarría las armas<br />

españolas de que se habían adueñado; y cuando vio imposible<br />

toda resistencia, se cubrió con el manto la cabeza y se<br />

estrelló en la profundidad del campo inmediato.<br />

Con la pérdida de la fortaleza quedaron los sitiadores<br />

muy desengañados. Poco a poco fue aflojando el asedio. En

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