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326 JosÉ DE LA RIVA-AGÜERO<br />

Cuanto al famoso monopolio que el librecambismo manchesteriano<br />

del siglo pasado tanto estigmatizó, escasa autoridad<br />

tienen para condenarlo hoy los propugnadores del<br />

proteccionismo, autarquía o autonomía nacional económica,<br />

dominantes dondequiera en la hora actual. Muchos de<br />

los que me oyen saben por experiencia que los vinos españoles<br />

no pueden al presente entrar en nuestro mercado, por<br />

protección a los nuestros, llevada a los rigorosos términos<br />

de proscribir en realidad los ligeros y de lujo. No otra cosa<br />

hacíamos, cuando éramos un solo inmenso todo, para defendernos<br />

de la importación extranjera y repartir el cultivo interno<br />

en zonas, conforme a los dictados de lo que hoy se llama<br />

economía dirigida. Y en lo tocante a esta redistribución<br />

interna, recordemos que el Perú, privilegiado siempre por la<br />

Madre Patria, obtuvo expresas autorizaciones para producir<br />

la vid y el olivo; y en los dos primeros siglos de la colonización,<br />

bajo la dinastía austriaca, se fomentó, aun con<br />

detrimento de la Península, la industria naviera en el Pacífico<br />

y la fabril de nuestros antiguos obrajes, que tanto como<br />

la minería y la agricultura, fueron la base de nuestra<br />

innegable prosperidad en el siglo XVII, y que al cabo de<br />

un abatimiento dos veces secular vuelven a reabrirse en las<br />

mismas localidades que animaron y enriquecieron en los<br />

mejores tiempos del Virreinato. La mentalidad del siglo<br />

XVIII y las prácticas económicas del XIX, antitéticas a las<br />

del nuestro, determinaron nuestro apocamiento recíproco,<br />

y agravaron e l}.icieron postración perdurable lo que, sin<br />

amilanarse y renegar de sí, pudo ser sólo transitorio contratiempo.<br />

Los émulos de entonces, que ya van igualmente<br />

en camino de bajada, unos por otros vencidos, y maltrechos<br />

casi todos, no pueden hoy enrostramos lo mismo que<br />

comienzan a experimentar y sufrir.<br />

Por haber abjurado de nuestra genuina personalidad<br />

en el siglo XVIII, sobrevino a principios del XIX el cataclismo<br />

que, con la invasión napoleónica y la Independencia,

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