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Los%20bienes%20comunes%20del%20conocimiento_Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os

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146 | Los bienes comunes del conocimiento<br />

utilizarla, transformarla, adaptarla, ampliarla y reproducirla a voluntad.<br />

Para la mayor parte de obras, la respuesta es que los autores esperan obtener<br />

todo el dinero que van a recuperar de la obra con cinco o diez años de<br />

derechos exclusivos. El plazo restante les resulta de muy escasa utilidad, salvo<br />

como una suerte de boleto de lotería, en caso de que la obra resulte la eterna<br />

favorita entre un millón. Huelga decir que el ganador entre un millón de la<br />

lotería, si sale su boleto, se beneficiará. Y, si el boleto es gratuito, ¿quién no<br />

iba a cogerlo? Pero el boleto no es gratuito para el público, que paga mayores<br />

precios por las obras que siguen explotándose comercialmente y, a menudo,<br />

el precio de la inaccesibilidad total de obras que ya no se explotan.<br />

Piensen en uno de los eternos favoritos, Harry Potter, por ejemplo.<br />

Largo tiempo después de que J. K. Rowling sea polvo todavía tendremos<br />

prohibido realizar obras derivadas, publicar el libro en ediciones de bolsillo<br />

o con letra ampliada o, simplemente, reproducirlo por placer. Soy un gran<br />

admirador de la obra de la señora Rowling, pero intuyo que poco incentivo<br />

adicional hubo de aportarle el pensar que sus derechos de autor durarían<br />

hasta setenta años, y no solamente cincuenta, después de su muerte. Ahí<br />

se están imponiendo diversos costes, a cambio de un beneficio muy escaso.<br />

Y los costes recaen aun más pesadamente sobre las 999.999 obras restantes,<br />

sólo accesibles en montones polvorientos de algunas bibliotecas. Por<br />

plantearlo de otro modo, si los titulares de los derechos de autor tuvieran<br />

que comprar cada plazo quinquenal adicional del mismo modo que compramos<br />

garantías para nuestros electrodomésticos o pólizas de seguros, lo<br />

racional económicamente sería fijar un periodo más bien corto.<br />

Está claro que algunas obras siguen siendo explotadas comercialmente<br />

largo tiempo después de su fecha de publicación. Obviamente, los propietarios<br />

de esas obras no querrían que fueran de libre acceso en Internet.<br />

Esto parece bastante razonable, aunque, incluso con esas obras, los derechos<br />

de autor, al final, deberían expirar. Pero recuerden que en el enorme<br />

y maravilloso pudin de canciones e imágenes y películas y libros y revistas<br />

y periódicos de la Biblioteca del Congreso, las obras de las que alguien<br />

obtiene algún dinero equivaldrían a media pasa de ese pudin, y la inmensa<br />

mayoría de ellas data de los últimos diez años. Si uno retrocede veinte<br />

años equivaldrían a un trocito de pasa. ¿Cincuenta años? Un ligero aroma<br />

de pasa. Restringimos el acceso a todo el pudin a fin de dar su cuota a los<br />

propietarios de la pasa. Pero este pudin es casi toda la cultura del siglo XX<br />

y restringimos el acceso a ella, cuando casi toda podría ser accesible.<br />

Si ustedes no saben gran cosa de derechos de autor, pueden pensar que<br />

exagero. Al cabo, si nadie tiene interés financiero alguno en las obras o<br />

ni siquiera sabemos quién posee los derechos de autor, ¿acaso no colgaría<br />

seguramente la Biblioteca esas obras en Internet? ¿Acaso no es aplicable al<br />

mundo de los derechos de autor el principio de si no hay daño, no hay falta?

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