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Los%20bienes%20comunes%20del%20conocimiento_Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os

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204 | Los bienes comunes del conocimiento<br />

problema en decir esto, siempre y cuando distingamos el uso de la literatura<br />

impresa, no importa lo libre que sea, del acceso abierto, que aprovecha<br />

el carácter digital y el alcance mundial de Internet. En este sentido, el<br />

acceso abierto era físicamente imposible en la era de la imprenta, pero no<br />

lo eran los bienes comunes textuales impresos. Desde luego, Ben Franklin<br />

seguramente creía que su idea de una biblioteca de préstamo gratuita era<br />

una idea de bienes comunes intelectuales, aunque se basara en la doctrina<br />

de la primera venta y de los derechos de uso legítimo, más que en el consentimiento<br />

del titular de los derechos de autor 27 .<br />

La literatura de acceso abierto no excluye a nadie, por definición, o al<br />

menos a nadie con conexión a Internet. Por contraposición, las revistas<br />

electrónicas sin acceso abierto se esfuerzan enormemente en impedir que<br />

los no suscritores puedan leer los artículos, aun cuando sean bienvenidos si<br />

se trata de echar un vistazo a sumarios, resúmenes y otros apartados. Esta<br />

exclusión le cuesta dinero a quien excluye. Uno de los costes consiste en la<br />

gestión de derechos digitales o DRM [digital rights management], la llave<br />

de software que abre a los usuarios autorizados y cierra el acceso a los no<br />

autorizados. Un segundo coste consiste en redactar y ejecutar el acuerdo<br />

de licencia que obliga a los suscriptores. Un tercero consiste en la gestión<br />

de suscripciones: controlar quién está autorizado, y realizar las tareas vinculadas<br />

a ellos, como ofrecer, recoger y renovar suscripciones, y mantener<br />

las actuales direcciones o datos de autentificación.<br />

Una razón por la que la literatura de acceso abierto resulta menos cara<br />

de producir que la literatura convencional es que prescinde de la impresión<br />

y se publica directamente en Internet, por lo general a partir de lo<br />

27<br />

Debido a que el acceso abierto depende del carácter digital y del alcance mundial de Internet,<br />

era físicamente imposible en la era de la imprenta. Pero, ¿hasta dónde podíamos acercarnos en<br />

la era de la imprenta, eliminando sencillamente las barreras de los permisos? Un ejemplo es<br />

la biblioteca de préstamo gratuita. El siguiente ejemplo, muy análogo al archivado de acceso<br />

abierto, lo conocí gracias a Barbara McManus, profesora emérita de lenguas clásicas del College<br />

of New Rochelle. J. A. K. Thomson, profesor en la misma disciplina del King’s College, de<br />

Londres, escribió lo que sigue en una carta a su colega de Oxford Gilbert Murray, el 26 de marzo<br />

de 1944, p. 4. El original se encuentra en el MS. Gilbert Murray Box 174, Fols. 165-167, de la<br />

Bodleian Library de Oxford:<br />

Me preocupa el volumen de excelente trabajo de investigación académica que no tiene<br />

posibilidades de ser publicado a menos, claro está, que lo subvencione el Estado. Soy pesimista<br />

respecto a las perspectivas inmediatas, aunque no en última instancia, de los estudios clásicos.<br />

Creo que acabará suprimiéndose el latín obligatorio y cuando eso suceda los Departamentos de<br />

Clásicas menguarán hasta quedarse en nada, salvo en Oxford y Cambridge. En la actualidad, a un<br />

editor no le compensa sacar un libro en latín, y no digamos en griego, por excelente que sea, y las<br />

editoriales universitarias no pueden soportar ese peso sin apoyo. Pero, ¿sería posible que el British<br />

Museum u Oxford o Cambridge invitara a investigadores académicos verdaderamente buenos a<br />

que depositaran en ellos una copia mecanografiada o manuscrita de algún magnum opus en el que<br />

hayan invertido mucho tiempo y trabajo? Quedaría a disposición de otros investigadores, aunque<br />

no se publicara.

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