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Los%20bienes%20comunes%20del%20conocimiento_Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os

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VI<br />

LA CONSERVACIÓN DE LOS BIENES COMUNES<br />

DEL CONOCIMIENTO<br />

Donald J. Waters<br />

En 1997, el distinguido historiador de Princeton Anthony Grafton<br />

publicó una magnífica historia de las notas a pie de página en las que<br />

las calificaba de herramienta intelectual dotada «de un valor aproximado<br />

para los humanistas al de la referencia de datos para los científicos». La<br />

nota a pie de página ofrece «un apoyo empírico a las hipótesis expuestas y<br />

los argumentos presentados». No obstante, las notas a pie de página sólo<br />

ejercen su mágica función como parte de una estructura académica de referencia<br />

si los trabajos previos –las referencias– se conservan fiablemente y<br />

pueden ser cotejados y verificados en todo momento como apoyo a nuevos<br />

avances del conocimiento.<br />

Numerosos lectores recordarán sin duda sus propias experiencias y sensaciones<br />

de respeto y maravilla cuando aprendieron a interpretar una nota<br />

a pie de página y a comprender de esta manera el mecanismo de las referencias<br />

académicas. Y sin embargo, según Grafton, «nadie ha descrito mejor el<br />

efecto educativo de las notas a pie de página que Harry Belafonte, quien<br />

hace poco relató la historia de su temprana lectura de W. E. B. DuBois».<br />

Siendo un joven marinero mercante en las Antillas, Belafonte aprendió a<br />

leer críticamente e imaginaba que las notas a pie de página le abrían todo<br />

un mundo de saber. «Descubrí –cuenta Belafonte– que el final de algunas<br />

frases iba acompañado de una cifra, y si examinabas a pie de página<br />

dicha cifra comprendías a qué se refería: era la fuente de la que DuBois<br />

había obtenido sus informaciones». Con todo, al principio la tarea de<br />

aprender a partir de las referencias no fue nada fácil para Belafonte, que<br />

se sentía abrumado por los métodos que DuBois utilizaba para componer<br />

sus referencias. Intentando descifrar éstas, acudió –según cuenta– a<br />

una biblioteca de Chicago con una larga lista de libros. «La bibliotecaria<br />

me dijo “son demasiados, joven. Tendrá usted que reducir la lista”, a lo<br />

que yo respondí “es muy sencillo: simplemente deme todo lo que tenga<br />

de Ibid”. Ella me contestó: “ese escritor no existe”. Yo entonces la llamé<br />

racista, diciéndole: “¿es que intenta mantenerme en la ignorancia?” y<br />

abandoné furioso la biblioteca».<br />

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