Los%20bienes%20comunes%20del%20conocimiento_Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os
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162 | Los bienes comunes del conocimiento<br />
La segunda implicación de mi argumento es aun más sencilla. En la práctica,<br />
los lectores académicos de este libro disponen de acceso, al menos,<br />
a una versión online de la Biblioteca del Congreso que imaginó mi hijo.<br />
Las maravillas del préstamo interbibliotecario y de los servicios de suscripción<br />
pueden proporcionarnos el acceso a los recursos de las bibliotecas del<br />
mundo, a pesar de que no podamos «clicar para conseguir el libro agotado»,<br />
del modo que permitiría un sistema de derechos de autoría más racional 23 .<br />
Cuando muchos de nosotros –exceptúo a los bibliotecarios– pensamos en<br />
un mundo en que uno pudiera «clicar para conseguir el libro», lo hacemos<br />
con pesar pero con poca pasión. En parte, ello es así porque pensamos sobre<br />
esta cuestión como si solo fuera una cuestión de acceso: sería bueno para<br />
los no investigadores tener mayor capacidad para leer, ver u oír las obras del<br />
pasado. La bibliografía sobre los bienes comunes y la historia reciente de la<br />
Red como recurso fáctico nos dan otra razón, productiva y aun académica,<br />
para acariciar esta idea. Trabajando en un ámbito en que los hechos están, en<br />
gran parte, exentos de derechos de propiedad intelectual, la Red ha ensamblado<br />
un maravilloso trabajo de referencia organizado cibernéticamente.<br />
¿Qué podría suponer para el 97 por 100 de la cultura del siglo XX que no<br />
está siendo explotada comercialmente que fuera accesible a todo el mundo<br />
para comentarla, mezclarla, compararla, recopilarla, revisarla, crear nuevas<br />
ediciones, enlazarla en archivos o realizar obras de referencia multimedia?<br />
La segunda parte de mi argumento iba más allá del acceso popular al<br />
material cultural del siglo XX. He aconsejado que los bienes comunes que<br />
son las comunicaciones académicas se diseñen conforme al criterio según el<br />
cual por defecto, allí donde sea posible, uno intente asegurar que tanto los<br />
repositorios cuanto la participación en su diseño estén disponibles para el<br />
mayor número posible de personas. ¿Qué pasaría si cada vez más material<br />
académico sobre cualquier cosa, desde la medicina hasta la literatura, fuera<br />
de libre acceso y de búsqueda fácil? ¿Qué pasaría si los archivos académicos<br />
especializados estuvieran codo con codo con aquellos cuyo diseño refleja<br />
la participación tanto de los usuarios investigadores como de los legos,<br />
esto es, la «innovación democratizadora» 24 , en términos de von Hippel?<br />
¿Qué pasaría, en otras palabras, si imagináramos un mundo de potenciales<br />
colegas más que un universo de consumidores pasivos? Se producirían, sin<br />
duda, enormes bienes comunes académicos.<br />
23<br />
Sin embargo, esto sólo es aplicable a la lectura. Otros usos de los textos –reproducción, ediciones<br />
comentadas, utilización de abundantes pasajes en un libro de texto– pueden seguir siendo<br />
asfixiantemente difíciles por los largos plazos de duración de los derechos de autoría, así como<br />
por la prevalencia de las obras huérfanas. Y el acceso a películas y música antiguas a menudo es<br />
difícil hasta para los investigadores profesionales. Véase «Duke Center for the Study of the Public<br />
Domain: Comments to the Copyright Office on Orphan Works», http://www.law.duke.edu/<br />
cspd/pdf /cspdproposal.pdf.<br />
24<br />
Véase E. von Hippel, Democratizing Innovation , cit.