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Los%20bienes%20comunes%20del%20conocimiento_Traficantes%20de%20Sue%C3%B1os

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La conservación de los bienes comunes del conocimiento | 165<br />

bienes comunes del conocimiento descritos en otros capítulos del libro<br />

están todos ellos sometidos a complejos desafíos de conservación y algunos<br />

de mis compañeros analizan en esta obra algunas cuestiones básicas<br />

a este respecto: Ostrom y Hess sitúan con todo detalle los desafíos de la<br />

conservación de recursos comunes dentro de un marco analítico amplio;<br />

Kranich estudia las consecuencias del cercamiento político y económico<br />

sobre la conservación de los recursos; Ghosh muestra las restricciones<br />

impuestas por los regímenes de propiedad intelectual; y otros autores subrayan<br />

la necesidad de conservación cuando describen, por ejemplo, cómo<br />

el desarrollo de los bienes comunes genera nuevas oportunidades para los<br />

servicios de biblioteca (Lougee) y para la difusión de publicaciones académicas<br />

(Suber). El presente capítulo pondrá énfasis en la conservación del<br />

dominio público del conocimiento, es decir, el proceso de garantizar que se<br />

mantengan los recursos cognitivos comunes, que puedan seguir citándose<br />

los materiales académicos, y que, cuando se citen, puedan ser consultados<br />

y estudiados con total disponibilidad.<br />

Las bibliotecas académicas asumen tradicionalmente la responsabilidad<br />

de conservar registros académicos en forma impresa, a través de la compra<br />

de libros y de revistas a las respectivas editoriales para los investigadores,<br />

docentes y alumnos de un centro. Los bibliotecarios almacenan todas estas<br />

obras en lugares específicos y protegidos, encuadernan y reparan páginas<br />

cuando es necesario, y microfilman o digitalizan los volúmenes en peligro<br />

de deterioro. Hoy en día, cada vez más académicos contribuyen a revistas<br />

con artículos en formato digital, toman parte en proyectos para publicar<br />

libros electrónicos o crean nuevos tipos de recursos que aprovechan posibilidades<br />

digitales para vincular y agregar materiales, simular y visualizar<br />

relaciones de orden complejo. También aportan a su comunidad académica<br />

citas de estos y otros numerosos materiales digitales, aparte de fuentes<br />

más tradicionales (véase Lynch, 2003b). Esta labor electrónica/digital es ya<br />

tan importante para los registros culturales y para generar conocimientos<br />

como lo fueran en su momento las publicaciones impresas, y por tanto<br />

es importante conservarla. Pero las bibliotecas por lo general no suelen<br />

comprar revistas y libros electrónicos: se subscriben a ellos y ofrecen acceso<br />

a recursos digitales que ofrecen servidores externos fuera de su control<br />

directo. Considerando este radical cambio en el patrón de distribución<br />

y propiedad de los recursos cognitivos, puede afirmarse que la biblioteca<br />

de investigación se transforma de intermediaria en colaboradora activa de<br />

académicos y alumnos para la producción y el uso de recursos informativos<br />

(Lougee, capítulo 11, en este volumen). Así pues, ¿quién será responsable<br />

de conservar todos estos materiales?<br />

Aunque resulta evidente que la conservación de recursos digitales<br />

resulta hoy necesaria e incluso esencial para el sistema de la comunicación

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