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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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EN el lugar donde crecí la mano <strong>del</strong> carbón estaba por doquier. Grandes barcos de ruedas de paletas lo<br />

llevaban río arriba y río abajo cada día, movidos por el vapor <strong>del</strong> fuego de carbón. Columnas de barcazas -ocho,<br />

diez, doce por cada barco de vapor-- eran una visión tan normal para mí como los coches de policía<br />

para el Manhattan moderno medio siglo después. Aquellas barcazas se deslizan majestuosamente en mi<br />

memoria, cargadas hasta arriba de carbón que reluce a la luz <strong>del</strong> sol y brilla en la lluvia, carbón destinado a<br />

fundiciones, hornos de coque, fábricas de maquinaria, plantas químicas, depósitos y rampas de carbón de<br />

todas partes. Mucho antes de que viéramos las barcazas de carbón abriéndose paso por el río, vimos<br />

columnas de humo que surgían por encima de los sauces de las orillas. Mientras batía la gran rueda de<br />

paletas, las nubes naranja de turbulencias sulfurosas surgían en olas de lo más profundo <strong>del</strong> río verde, un<br />

penoso recuerdo de que no sólo era agua con lo que estábamos jugando.<br />

En ciertos días el cielo de la ciudad se ennegrecía de humo de carbón, el aire era tan oscuro que los coches<br />

usaban faros a mediodía. Algunos juegos favoritos a los que jugábamos giraban en torno al carbón: uno<br />

llamado simplemente «caminar por las traviesas <strong>del</strong> ferrocarril» daba paso de forma natural a su sucesor,<br />

«caminar por los raíles», a medida que alguien mejoraba. Pero tanto si se brincaba a la pata coja por la<br />

madera impregnada de creosota como si se hacían equilibrios en el acero pulido desplegando la mente al<br />

infinito, el objeto era recoger <strong>del</strong> suelo diamantes negros caídos de los vagones de carbón.<br />

Por la noche jugábamos fantasmagóricos juegos dentro y fuera de largas filas de abandonados hornos de<br />

colmena para hacer coque, que tenían todo el aspecto de tumbas romanas. Todavía puedo oír el crujido de la<br />

pala abollada que excavaba en la pirámide de carbón en nuestro sótano y el chirrido de la puerta de hierro<br />

fundido al abrirse la puerta <strong>del</strong> horno para aceptar otra carga en las llamas. Entornar los ojos a través de<br />

medievales rendijas de la chimenea como si fuera el yelmo de un caballero armado quedaba recompensado<br />

con una impactante explosión de aire sobrecalentado. Nada podía ser una introducción más sobrecogedora a<br />

la fuerza para un niño.<br />

Madre, dando bocanadas a su Chesterfield, se quejaba a menudo <strong>del</strong> aire sucio a medida que el cigarrillo se<br />

consumía, de la imposibilidad de mantener blanca la ropa blanca incluso por pocas horas, de su deseo de<br />

vivir en las montañas, donde el aire era limpio. Y la abuela Mossie decía crípticamente, con su Chesterfield<br />

sin filtro de medio lado: «El humo significa trabajo». A veces escuché a hombres en las cervecerías que<br />

hablaban a Pappy (mi abuelo) de oscuros problemas que evocaban la misma expresión sagrada: «El humo<br />

significa trabajo».<br />

En clase de ciencias en la escuela secundaria junior Ben Franklin, allá en las limpias montañas adonde<br />

madre finalmente llegó, el carbón me estaba esperando. Recuerdo a la señora Conn con trozos de carbón en<br />

que estaban incrustadas fantásticas formas fósiles. En la misma escuela, un profesor de música, de nombre<br />

ahora olvidado, nos enseñó a cantar la canción que nos dijo que cantaban los mineros mientras caminaban a<br />

los pozos cada día:<br />

(triste y lentamente)<br />

Zum, Gollie, Gollie, Gollie,<br />

ZUM Gaw-lee, Gaw-lee,<br />

Zum, Gollie, Gollie, Gollie,<br />

ZUM Gaw-lee, Gaw-lee.<br />

Aunque dudaba que aquella canción fuera auténtica, porque los mineros que encontraba por la calle estaban<br />

lejos de ser hombres musicales, incluso de muchacho me gustaba el sentimiento de conexión que despertó<br />

hacia una vida mucho más extraña que cualquier ficción, una vida que se internaba en lo más profundo de<br />

las verdes colinas de mi alrededor mientras yo me sentaba en mi pupitre en la escuela.<br />

Ocasionalmente una mina abandonada, con sus huecos túneles que se internaban millas y millas como<br />

oscuros tentáculos bajo tierra, se incendiaba a lo largo de una veta de carbón sin excavar y ardía durante<br />

años, provocando espirales de humo que salían de inusuales escenarios rurales, recuerdo <strong>del</strong> diabólico<br />

mundo oculto bajo el paisaje vegetal. De vez en cuando un túnel de carbón se derrumbaba, sepultando allí<br />

hombres vivos, de cuyo destino (demasiado fácil de imaginar para un chico con una afición a arrastrarse por

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