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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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Pinkerton cuando fueron a hacer el trabajo sucio de Carnegie en Homestead durante la huelga <strong>del</strong> acero de<br />

1893. Sólo hay un restaurante propiamente en el pueblo, Peters. Es un lugar donde el grupo <strong>del</strong> club de<br />

campo bebe café junto a los empleados de la tienda de vulcanizado de neumáticos <strong>del</strong> otro lado de la calle.<br />

Varias noches a la semana, mucho más tarde <strong>del</strong> anochecer, cuando las luces de las casas brillaban, mamá<br />

nos reunía a mi hermana y a mí para unos largos paseos silenciosos que subían por la colina de la Segunda<br />

Calle hasta la misma cima y a continuación por las calles en la línea de la cresta paralela al río. De estas<br />

excursiones y de los paseos por la mañana a la colina <strong>del</strong> río aprendía a escuchar a mis sentidos y a ver aquel<br />

pueblo como un criatura en sí misma, en vez de como un trasfondo para mi actividad. Podíamos pasear de<br />

esa manera durante horas, susurrando unos a otros, mirando por las ventanas, y mientras caminábamos,<br />

Bootie daba un flujo sólo parcialmente inteligible de saber biográfico acerca de las familias que había<br />

dentro. Me doy cuenta ahora de que ella debía de estar hablando consigo misma. Era como tener un Boswell<br />

privado para el Dr. <strong>John</strong>son de la sociedad <strong>del</strong> pueblo. Cuando ella tenía algo de dinero, lo que era de vez en<br />

cuando, comprábamos dulces en la pequeña tienda de comestibles de lo alto de la colina y los compartíamos,<br />

a veces dos barras de caramelo para los tres, o en tiempos boyantes toda una barra para cada uno, y en las<br />

semanas siguientes a Navidad, cuando había dinero extra, dos cada uno. En las noches de dos barras la<br />

atmósfera parecía tan llena de perfume de chocolate que apenas podía dormir.<br />

Cuando mi abuelo era muchacho en Monongahela vio cómo <strong>John</strong> Blythe, un operador de máquina<br />

cepilladora, reconstruyó grandes secciones <strong>del</strong> pueblo en estilo italiano. Blythe no tenía ningún título y la<br />

religión de la licencia profesional aún estaba en su infancia, por tanto simplemente lo hizo sin pedir permiso<br />

a nadie. Partes completas <strong>del</strong> pueblo son ahora hermosas más allá de cualquier derecho razonable a serlo<br />

porque nadie lo detuvo. Si ve una dovela sobre la moldura de una ventana, es probablemente una de <strong>John</strong>.<br />

Cuando mi abuelo era un muchacho en Monongahela se solía sentar en Mounds Park, un lugar de antiguos<br />

túmulos funerarios que dejó allí el pueblo adena hace tres mil años. En 1886, el Smithsonian robó esas<br />

tumbas y llevó el contenido a Washington, donde aún están en cajas. Para compensar a la ciudad, el<br />

gobierno construyó un campo de béisbol donde habían estado los túmulos. Cuando mi abuelo era muchacho,<br />

la escuela era voluntaria. Algunos iban, pero la mayoría no por mucho tiempo. Era una elección de libre<br />

voluntad basada en lo que uno valoraba, no en la presión <strong>del</strong> gobierno para estabilizar las clases sociales.<br />

12 La universidad de Zimmer y Hegel<br />

Los estudios más importantes a los que jamás me dediqué no tuvieron lugar ni en Cornell ni en Columbia,<br />

sino en el sótano sin ventanas de la Zimmer Printing Company, a un bloque y medio de las vías <strong>del</strong><br />

ferrocarril que iban paralelas al Monongahela. Algunas de mis más importantes lecciones se desarrollaron<br />

cerca <strong>del</strong> misterioso río verde oscuro, con su gruesa capa de hielo cerca de las orillas en invierno, sus<br />

libélulas iridiscentes en verano y sus siempre impresionantes barcos de paletas que batían el agua arriba y<br />

abajo, ¡BAM!,¡BAM!, ¡BAM!, de camino a puertos desconocidos. Para mí, el río no tenía principio ni fin.<br />

Antes de que fuera a Alemania a vapulear a los nazis, mi guerrero tío Bud trabajó en un barco fluvial que<br />

bajaba el Mississippi hasta Nueva Orleans, no sé decir con qué misión, y después en otros barcos que subían<br />

y bajaban ríos locales más pequeños. Cuando yo tenía cinco años, me tiró una vez una naranja desde la<br />

cocina de un barco cuando pasaba a través de una esclusa. Un buen brazo de central de béisbol envió aquella<br />

naranja doscientos pies fuera de la trinchera acuática directamente a mis manos. Ni siquiera tuve que<br />

moverme.<br />

En el sótano de la imprenta, el padre de Bud («el general», como Moss lo llamaba a sus espaldas) metía y<br />

sacaba sus fuertes manos de una prensa. Esas prensas ya no están, pero las manos de mi abuelo nunca se<br />

irán. Siguen en mis hombros mientras escribo esto. Me sentaba en los peldaños que conducían a su mundo<br />

subterráneo, mirando atentamente hora tras hora mientras esas ásperas manos llenaban de hojas de papel las<br />

mandíbulas de la prensa impulsada a vapor. Hacía ¡BAM!, (llenado), ¡BAM!, (llenado),¡BAM!, (llenado)<br />

como los barcos fluviales y poco a poco el trabajo se apilaba sobre la mesa de al lado de la prensa.

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