John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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gusta perder; que antes huirán, lucharán o morirán antes que rendirse; que no se les intimida con la<br />
superioridad numérica; que raramente se les convence de que las costumbres de otras culturas,<br />
incluso aquellas más poderosas que la suya propia, son superiores; que son capaces de enfadarse<br />
mucho [...] Los que han tratado de derrotar, engañar, gobernar, regular, obligar, asimilar o tratar<br />
con condescendencia a los hmong han sentido, en general, una intensa aversión por ellos.<br />
ANNE FADIMAN, El espíritu te atrapa y te caes<br />
Si quieren tener una guerra, que comience aquí.<br />
CAPITÁN JOHN PARKER, dando órdenes a la<br />
milicia norteamericana contra los británicos.<br />
Dicho al amanecer en Lexington,<br />
Massachusetts, el 19 de abril de 1775<br />
VEO dos fantasmas que salen de la niebla matutina en el río que nos lleva a un verde futuro, y cada espectro<br />
me hace señas para que lo siga por un camino diferente. Uno que reconozco por su porte arrogante es el<br />
espíritu imperial <strong>del</strong> general de división Edward Braddock, que nos llama a todos nosotros a seguirlo hasta<br />
el final de la historia, justo al otro lado <strong>del</strong> río.<br />
Braddock es un hombre audaz, orgulloso, indiferente al miedo. Desdeña el peligro, porque para él todas las<br />
respuestas son ya conocidas. Exige ser nuestro pastor en esta última regresión hacia el regio destino al que<br />
escapamos hace tres duraciones de una vida. Si vamos con él, todo el mundo seguirá, y el Imperio británico<br />
reconectado será invencible. Venid a casa, dice Braddock, sois niños que no podéis cuidar adecuadamente<br />
de vosotros mismos. Os daremos un lugar seguro en la pirámide en forma de curva de campana <strong>del</strong> Estado.<br />
Juntos seremos testigos de la evolución final de las razas favorecidas, aunque muchos serán incapaces de<br />
participar en el triunfo. Con todo, habrá para ellos la satisfacción de servir a los afortunados que han<br />
heredado la tierra al final de la historia.<br />
El otro fantasma también es familiar. Un virginiano alto y musculoso, tan convincente como Braddock pero<br />
sin su arrogancia, un hombre vestido en los marrones y verdes de la naturaleza, unas pistolas a su cintura, un<br />
caballo al que llama Blueskin. Está recto como una flecha. Su poderosa presencia en combinación con los<br />
<strong>del</strong>icados pies de un bailarín lo señalan inconfundiblemente como el comandante George Washington.<br />
De muchacho aprendió las cosas difíciles: deber, piedad, valor, confianza en uno mismo, a tener ideas<br />
propias, a negarse a aceptar la psicología de la sumisión. Su cabeza estaba amueblada de Catón, Fielding,<br />
Euclides, Newton, agrimensura, César, Tácito, los Testamentos, equitación, baile, cómo contar un chiste<br />
subido de tono, cómo consolar al débil, cómo apuntalar al fuerte, cómo soportar privaciones, cómo dar a los<br />
hombres una razón para morir o una para vivir.<br />
En una ocasión este mismo hombre de frontera colonial cabalgó en un sueño junto con el general inglés, a lo<br />
largo de un bravío río verde que recorrieron hasta las profundidades <strong>del</strong> bosque de más allá. Braddock y su<br />
ejército murieron en el Monongahela aquel día, pero este norteamericano vivió porque había aprendido a<br />
pensar por sí mismo. Los hombres que siguieron a Washington vivieron también, porque el líder que<br />
eligieron no era una función de una abstracción mayor. La lealtad que le dieron fue dada libremente, no<br />
impuesta mediante intimidación o artimañas.<br />
Creo que el mayor error de juicio de Washington fue recordar al ejército de Braddock como la cosa más<br />
brillante que sus ojos jamás habían visto, porque eso sin duda tiene que haber sido su propio reflejo en el<br />
espejo. En ese primer momento después de que rehusara convertirse en el rey Jorge I de Norteamérica, la<br />
brillantez nunca vivió dentro de un vehículo humano más brillante. Tras la personalidad heroica de<br />
Washington había un héroe real. Norteamérica es su legado para nosotros. A causa de Washington no<br />
debemos nada a imperios, ni siquiera al que se construye hoy en Norteamérica, que busca un reencuentro