John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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eacción a la autoridad. Esto prepara a la juventud a aceptar cualquier imposición de los dirigentes cuando<br />
haya crecido. La segunda es la función diagnóstica. La escuela determina el papel social «adecuado» de<br />
cada alumno, registrándolo matemáticamente en historiales acumulativos para justificar la siguiente función,<br />
ordenación. Los individuos tienen que ser instruidos sólo tanto como lo exija su probable destino en la<br />
máquina social, ni un peldaño más allá. Conformidad es la cuarta función. Los chicos tienen que ser hechos<br />
iguales, no por ninguna pasión por el igualitarismo, sino para que su futuro comportamiento sea predecible,<br />
al servicio de las investigaciones de mercado y política. La siguiente es la función higiénica. Esto no tiene<br />
nada que ver con la salud individual, sólo con la salud de la «raza». Esto es un código cortés para decir que<br />
la escuela debería acelerar la selección natural darwiniana etiquetando a los no aptos de forma tan clara que<br />
se caigan de la lotería reproductiva. Y la última es la función propedéutica, una palabra bonita que significa<br />
que una pequeña fracción de los chicos debería ser lentamente instruida para asumir la administración <strong>del</strong><br />
<strong>sistema</strong>, como guardianes de una población <strong>del</strong>iberadamente atontada e infantilizada para que el gobierno y<br />
la vida económica se puedan dirigir con un mínimo de fastidio. Y ahí tiene la fórmula: ajuste, diagnosis,<br />
ordenación, conformidad, higiene racial y continuidad. Este es el hombre cuyo nombre lleva una conferencia<br />
honorífica sobre educación en Harvard. De acuerdo con James Bryant Conant, otro aristócrata progresista<br />
por quien supe por primera vez de Inglis en un libro absolutamente espantoso llamado The Child, The<br />
Parent, and the State (1949), la transformación de la escuela fue ordenada por «ciertos industriales y los<br />
innovadores que estaban alterando la naturaleza <strong>del</strong> proceso industrial».<br />
Conant es un nombre de la escuela cuyo eco suena durante el tercio central <strong>del</strong> siglo XX. Fue presidente de<br />
Harvard de 1933 a 1953. Su libro The American High School Today (1959), fue uno de los importantes<br />
resortes que hicieron crecer las escuelas secundarias hasta un tamaño gigantesco en los años 60 y forzaron la<br />
fusión de muchos pequeños distritos escolares en otros mayores. Comenzó su carrera como especialista en<br />
gas venenoso en la Primera Guerra Mundial, una tarea asignada solamente a los jóvenes en cuyo linaje<br />
familiar se podía confiar. Otras notables paradas intermedias en su camino fueron la de ejecutivo en la<br />
camarilla al mando <strong>del</strong> proyecto de alto secreto de la bomba atómica durante la Segunda Guerra Mundial, y<br />
una temporada como Alto Comisionado de los Estados Unidos para Alemania durante la ocupación militar<br />
tras 1945. Conant ayudó a dar a luz desde el gas de lewisita a las explosiones nucleares (o los institutos de<br />
enseñanza secundaria).<br />
En su libro Conant reconoce bruscamente que la conversión de la educación norteamericana al estilo antiguo<br />
en escolarización al estilo prusiano fue hecho como un golpe de mano, pero su mayor motivo en 1959 era<br />
hablar directamente a los hombres y mujeres de su propia clase que comenzaban a creer que el nuevo<br />
procedimiento escolar podría ser inadecuado a las necesidades humanas, que la experiencia dictaba una<br />
vuelta a las viejas formas institucionales pluralistas. No, grita claramente Conant, ¡no se puede dar marcha<br />
atrás al reloj!: «Claramente, el proceso total es irreversible». Seguirían ciertamente serias consecuencias a la<br />
ruptura de esta máquina conductista cuidadosamente conseguida: «Una contrarrevolución con éxito [...]<br />
requeriría la reorientación de un complejo mo<strong>del</strong>o social. Sólo una persona privada de razón [lo]<br />
emprendería».<br />
Leer a Conant es como oír por casualidad una conversación privada no destinada para uno mismo cargada<br />
de la mayor importancia personal. Para Conant, la escuela era un triunfo <strong>del</strong> pragmatismo anglogermánico,<br />
una cima <strong>del</strong> arte de resolver problemas <strong>del</strong> tecnócrata social. Una tarea que llevó a cabo brillantemente fue<br />
reducir marcadamente el espíritu emprendedor norteamericano, una misión asumida por motivos<br />
perfectamente perceptibles, al menos desde una perspectiva de management. Mientras las inversiones de<br />
capital estuvieran a merced de millones de empresarios autosuficientes y con recursos con una chispa en la<br />
mirada, ¿quién podría asignar los enormes flujos de capital necesarios para elaborar y modificar la máquina<br />
comercial-industrial-financiera? Mientras toda la población pudiera llegar a ser productora, la gente joven<br />
sería como un cañón suelto que anduviera de un lado a otro por una cubierta sacudida por un temporal,<br />
amenazando destruir el barco corporativo. Confinada, sin embargo, en el estado de empleado, se convertiría<br />
en adecuado balasto sobre el que se podía construir un mercado interior fiable.<br />
¿Cómo silenciar a la competencia en la generación <strong>del</strong> mañana? Esa era la cuestión peliaguda. En su estilo<br />
de no tomar prisioneros adquirido al mezclar gas venenoso y construir bombas atómicas, Conant nos dice<br />
ingenuamente que la respuesta «estaba en proceso de formulación» ya en los años 90 <strong>del</strong> siglo XIX. En 1905