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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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citas con el médico, formularios de consentimiento, etiquetas en envases de medicamentos, formularios de<br />

seguro y otros aspectos simples <strong>del</strong> cuidado de sí mismo. Se han vuelto desvalidos por incapacidad para leer.<br />

Respecto a los que están tras los muros de las prisiones de la nación (una población que se ha triplicado<br />

desde 1980), el Centro Nacional para las Estadísticas de Educación afirmó en un informe de 1996 que el 80<br />

por ciento de todos los presos no podía interpretar un horario de autobús, entender un artículo de noticias o<br />

instrucciones de garantía, ni leer mapas, horarios, ni formularios de nómina. Tampoco podía cuadrar el saldo<br />

de un talonario de cheques. El cuarenta por ciento no podía calcular el coste de una compra.<br />

Una vez fuimos una nación nueva que permitía a los ciudadanos ordinarios aprender a leer bien y los<br />

animaba a leer cualquier cosa que pensaran que fuera útil. La lectura atenta de obras severas es aún el mejor,<br />

más barato y más rápido método conocido para aprender a pensar por sí mismo. Esta invitación a los<br />

plebeyos repartidos por Norteamérica era la pedagogía más revolucionaria de todas.<br />

La lectura, así como la discusión rigurosa de esa lectura de una forma que obligue a formular una postura y<br />

defenderla contra objeciones, es una definición operacional de educación en su sentido más<br />

fundamentalmente civilizado. Nadie puede hacer esto muy bien sin aprender modos de prestar atención:<br />

desde un conocimiento de dicción y sintaxis, figuras <strong>del</strong> lenguaje, etimología, etc., hasta una aguda habilidad<br />

para separar lo primario de lo subordinado, entender la alusión, dominar una gama de formas de<br />

presentación, comprobar la verdad y penetrar más allá de lo obvio en los mensajes profundos <strong>del</strong> texto. La<br />

lectura, el análisis y la discusión son las formas en que desarrollamos el juicio fiable, el principal modo<br />

como llegamos a penetrar los movimientos ocultos tras la fachada de las apariencias públicas. Sin la<br />

habilidad de leer y discutir sólo somos gansos para desplumar.<br />

Igual que la experiencia es necesaria para entender la abstracción, es cierto el recíproco. La experiencia sólo<br />

puede dominarse extrayendo principios generales de una masa de detalles. En ausencia de un mentor<br />

perfecto universal, los libros y otros textos son los mejores y más baratos sustitutos, siempre disponibles<br />

para los que saben dónde mirar. Ver los detalles de una cadena de montaje o <strong>del</strong> desarrollo de unas<br />

elecciones locales no es muy educativo, a menos que se haya sido guiado cuidadosamente para analizar la<br />

experiencia. La lectura es la llave maestra para todos los que no tienen un tutor personal de calidad.<br />

Nada más importante enseña la lectura que el estado de la mente en que uno mismo se encuentra<br />

absolutamente solo con los pensamientos de otra mente, una forma sin igual de relación íntima al alcance<br />

sólo de aquellos con la capacidad de apartar de la mente la distracción y concentrarse. De ahí la<br />

perentoriedad de leer bien si uno lee para sacar provecho.<br />

Una vez se confía en uno mismo para tratar mente a mente con los grandes intelectos, artistas, científicos,<br />

guerreros y filósofos, se es finalmente libre. En Norteamérica, antes de que tuviéramos escolarización<br />

obligatoria, una sorprendente variedad de gente increíble sabía que la lectura era como los mechones de pelo<br />

de Sansón: algo que podía ayudarla a hacerla formidable, que podía enseñarle sus derechos y cómo defender<br />

esos derechos, llevarla a la autodeterminación, libre de la intimidación de expertos. Esta misma gente<br />

increíble sabía que el poder dado por la lectura podía proporcionar un almacén inagotable de conocimiento<br />

útil, consejo de cómo actuar casi sobre cualquier cosa.<br />

En 1812, Pierre Dupont afirmaba que apenas cuatro de cada mil norteamericanos eran incapaces de leer bien<br />

y que los jóvenes tenían habilidad en la discusión gracias a los debates diarios en la común mesa <strong>del</strong><br />

desayuno. En 1820, hubo aún más evidencia de los ávidos hábitos de lectura de los norteamericanos, cuando<br />

se vendieron 5 millones de ejemplares de las complejas y alegóricas novelas de James Fenimore Cooper,<br />

junto con un mismo número <strong>del</strong> didáctico Speller de Noah Webster, para una población de sucios granjeros<br />

de menos de 20 millones.<br />

En 1835, Richard Cobden anunció que había seis veces tanta lectura de periódicos en los Estados Unidos<br />

como en Inglaterra, y las cifras <strong>del</strong> censo de 1840 daban con justicia evidencia exacta de que había tenido<br />

lugar una sensacional revolución de la lectura sin ninguna exhortación por parte de los moralistas públicos y<br />

trabajadores sociales, sino porque la gente corriente tuvo la iniciativa y libertad para aprender. En Carolina<br />

<strong>del</strong> Norte, la peor situación estudiada de cualquier estado, ocho de cada nueve podían aún leer y escribir.

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