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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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nadie. Tenía una docena de bolsas de cacahuetes salados de la despensa, una manta fina de lana, una<br />

almohada y el balón de fútbol de cuero que me dio tío Bud cuando se marchó a la guerra.<br />

La mayor parte de la primera noche caminé y me oculté de la carretera en las hierbas altas todo el día<br />

siguiente, comiendo cacahuetes. Me escapé lleno de determinación. Llegaría a casa, lo sabía, ¡si tan sólo<br />

supiera en qué dirección estaba Monongahela! Pero a media tarde <strong>del</strong> día siguiente, cometí un error fatal.<br />

Cansado de caminar y esconderme, decidí hacer autostop como había visto una vez hacer a Clark Gable en<br />

una famosa película con Claudette Colbert. Fui recogido por dos damas de edad a quienes entretuve con la<br />

falsa historia de que me había caído de la camioneta <strong>del</strong> abuelo, donde mi perro Nappy y yo habíamos<br />

estado montados de camino de regreso a Mon City. «No se dio cuenta de que faltaba y probablemente cree<br />

que salté en cuando llegamos a casa y me fui a jugar».<br />

No había tenido en cuenta el fatal balón de fútbol que me traicionaría. Como precaución contra el robo (así<br />

decían) las ursulinas estampaban St. Xavier muchas veces en cada posesión. Mi balón no había escapado al<br />

estarcido acusatorio. Mientras charlábamos como viejos camaradas sobre lo maravilloso que sería ir a<br />

Monongahela, una población salida de la leyenda, como todos estábamos de acuerdo, las amables damas me<br />

llevaron directamente a la policía de Latrobe, que me llevó directamente --sin hacer caso a mi desesperado<br />

llanto y mis promesas de incluso dejarles mi balón-- de regreso con las señoras de negro.<br />

Toda la escuela se reunió para presenciar mi desgracia. Chicos y chicas formaron un largo pasillo a través<br />

<strong>del</strong> cual fui obligado a arrastrarme a gatas a lo largo <strong>del</strong> edificio de administración hasta donde estaba de pie<br />

la madre superiora exhortando a la multitud a evitar mi triste ejemplo. Cuando llegué <strong>del</strong>ante de ella, me<br />

pegó una bofetada. Supongo que mi hermana debía estar también allí mirando. Mi hermana y yo jamás<br />

hablamos de Xavier, ni una sola vez, ni entonces ni después.<br />

El programa intelectual en Xavier, muy influido por una universidad jesuita cercana, constituía una<br />

refutación masiva de la acuosa dieta para el cerebro de la escolarización gubernativa. Aprendí tanto en un<br />

solo año que estaba casi en el instituto antes de que tuviera que esforzarme en pensar sobre cualquier idea o<br />

procedimiento particular presentado en la escuela pública. Aprendí cómo separar material pertinente de la<br />

escoria; aprendí cuál era la diferencia entre datos primarios y secundarios y la importancia de cada uno;<br />

aprendí a evaluar a testigos separados de un hecho; aprendí cómo llegar a conclusiones de media docena de<br />

maneras y el potencial de distorsión inherente a la dinámica de cada método de razonamiento. No pretendo<br />

decir en absoluto que me convertí en un pensador profesional. Seguí siendo un chico de siete y ocho años.<br />

Pero progresé lo bastante en ese año como para estar cómodo con cuestiones de la mente y <strong>del</strong> intelecto.<br />

A diferencia <strong>del</strong> áspero trato de nuestros cuerpos en Xavier, incluso <strong>del</strong> peor chico de allí se asumía que<br />

tenía dignidad, libre voluntad y capacidad de elegir el bien sobre el mal. La escolarización materialista, que<br />

es todo lo que la escolarización pública incluso en el mejor de los casos puede aspirar a ser, opera como si<br />

los cambios de personalidad fueran en última instancia causados externamente, mediante aplicaciones de<br />

teoría y un cuidadoso equilibrio de recompensas y castigos. La idea de que los individuos tienen libre<br />

voluntad que desbanca a cualquier programación social es odiosa al mismo concepto de escolarización<br />

obligatoria. ¿Fue el año en Xavier valioso o dañino? Si las ursulinas y los jesuitas no me hubieran<br />

obligado a ver el abismo entre inteligencia e intelecto, entre el pensamiento y el pensamiento disciplinado,<br />

¿quién se hubiera hecho cargo de esa responsabilidad?<br />

El mayor acontecimiento intelectual de mi vida me sucedió en tercer curso, antes de que fuera sacado de<br />

Xavier y devuelto de nuevo a Monongahela. De tanto en tanto un hermano jesuita <strong>del</strong> St. Vincent College<br />

cruzaba la calle para dar clase en Xavier. La llegada <strong>del</strong> jesuita a Xavier era siempre considerada todo un<br />

acontecimiento, aun cuando había tensión constante entre las hermanas ursulinas y los jesuitas. Una lección<br />

que recibí de manos <strong>del</strong> hermano visitante alteró mi conciencia para siempre. Según los niveles<br />

contemporáneos, la clase podría parecer imposiblemente a<strong>del</strong>antada conceptualmente para un tercer curso,<br />

pero si usted tiene en cuenta la guerra global que exigía considerable atención en aquel momento, entonces<br />

el hecho de que el hermano Michael viniera a discutir las causas de la Primera Guerra Mundial como un<br />

preludio a su continuación en la Segunda Guerra Mundial no es tan inverosímil. Tras una breve charla

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