John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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La gran ironía es que madre se las arregló admirablemente sin dinero. Era emprendedora, imaginativa,<br />
generalmente optimista, una mujer con más poder de crear algo de la nada que nadie: tótems de carretes de<br />
hilo, un vestido premiado de Halloween con pedazos de papel y ropa, una aventura de gran calidad con una<br />
simple caminata por las colinas. No tenía deseos extravagantes, no bebía, no pedía comida exótica, lugares<br />
fascinantes o los últimos artilugios. Se arreglaba ella misma el pelo y estaba siempre encantadora. Y tuvo la<br />
casa más limpia imaginable, llena de objetos bonitos que iba recogiendo atentamente y con soberbio gusto a<br />
su paso por la vida. Como para agravar la ironía de su descontento, Mon City era apenas un lugar en el que<br />
ser rico. No había mucho que comprar allí.<br />
3 Lo más divertido era ver trabajar a la gente<br />
No diría que nadie tenía dinero en Monongahela, pero es exacto decir que nada era caro. La cerveza era la<br />
pasión <strong>del</strong> pueblo, más bien una religión entre los hombres, y un gran vaso sólo costaba cinco centavos, el<br />
mismo precio que doce onzas de mantequilla o una barra de caramelo tres veces mayor que las actuales. Los<br />
huesos para hacer sopa eran gratis. Aparte de las películas --doce centavos para los niños-- apenas existía<br />
entretenimiento comercial. Había algunas boleras a cinco centavos la ronda, Redd's Beach (una piscina a<br />
diez millas por lo menos, donde nadar costaba diez centavos) y una pista de patinaje sobre ruedas a la que<br />
nunca fui.<br />
Donde prosperaba la sociedad era en cientos de clubes sociales étnicos y en organizaciones fraternales de<br />
todo el valle: los Moose, los Elks, los Oddfellows, los Mystic Knights, los Hijos de Eslovenia, la Sociedad<br />
Polaco-americana, el Club Ruso-americano. Eran lugares donde los hombres bebían y hablaban barato,<br />
excepto el sábado por la noche, cuando las damas podían beber y también hablar junto a sus hombres y<br />
bailar. A veces incluso con una banda en vivo para dar chispa al antro.<br />
Ningún niño de Mon City buscaba la página de «sucesos y actividades» de los periódicos porque no la<br />
había, ni había allí lugares especiales para niños que la gente de todas las edades no frecuentara. Cuando los<br />
hombres no estaban jugando bocce en el Club Italiano, se permitía la entrada a los niños, que habían de<br />
pasar primero por una cantina que apestaba a cerveza rancia sin pasterizar. No se organizaba una vida<br />
especial para los niños. Sin embargo allí siempre había un menú completo. Sólo espiar el mundo adulto, ver<br />
a la gente trabajar y organizar expediciones de exploración llenaba cualquier tiempo libre. Hasta que no fui a<br />
Cornell, no puedo recordar a nadie que conociera que dijera «estoy aburrido». Y sin embargo en Nueva<br />
York, cuando me mudé, apenas pasaba un día sin que alguien se lamentara en voz alta y largamente <strong>del</strong><br />
hastío. Quizás esto indica algo importante que hemos olvidado en nuestro intento moderno de hacer mundos<br />
privados para los niños: los ingredientes <strong>del</strong> sentido se han eliminado de estos lugares superespecializados.<br />
Por qué un niño querría asociarse exclusivamente con niños de un estrecho dominio de edad o clase social<br />
desafía la comprensión, que los adultos impusieran tal destino a los niños me parece un acto de locura.<br />
Lo más divertido era ver el trabajo en los solares en construcción, ver trenes de carga descargando o<br />
cargando carbón, estudiar almacenes de maderas en funcionamiento, ver bombear gasolina, levantar capós,<br />
soldar metal, vulcanizar neumáticos, ver a <strong>John</strong>ny Nami cortar el pelo, ver a Vito llenar bombones. Lo mejor<br />
de todo era seguir a Charlie Bigerton, el policía, en sus rondas sin que se diera cuenta. Cuando los chicos <strong>del</strong><br />
pueblo reunieron datos sobre Charlie, pudimos reconstruir el horario de la patrulla de policía con la bastante<br />
precisión como para que violar el toque de queda de tiempo de guerra fuera como quitar un caramelo a un<br />
niño pequeño.<br />
4 Sentado en la oscuridad<br />
En el 213 de la Segunda Calle vivíamos encima de la imprenta que tenía el abuelo, la Zimmer Printing<br />
Company. «Desde 1898», se leía en su letrero colgante. Estaba situada sólo a un bloque y medio <strong>del</strong> río<br />
verde, al oeste de las vías <strong>del</strong> tranvía en la calle Principal. Entre el río y los tranvías estaba el Ferrocarril de<br />
Pensilvania, a la derecha <strong>del</strong> camino y de las vías que seguían río abajo hasta Pittsburgh. Nuestra ventana<br />
panorámica <strong>del</strong> segundo piso daba a la principal intersección <strong>del</strong> pueblo, donde los tranvías de Charleroi y<br />
Donora pasaban constantemente, resonando y silbando, todo ello iluminado en la oscuridad de la noche.