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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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Héctor estaba resolviendo un problema. ¿Se podían pasar las barras <strong>del</strong> torniquete automático? Qué modo<br />

más seguro de probarlo que con una entrada pagada en mano para el caso en que lo pillaran. Cuando después<br />

busqué en los registros escolares pistas para entender a ese chico, descubrí que en su corto tránsito terrenal<br />

ya había dejado tras de sí un largo sendero de forajido. Y sin embargo, aunque ninguno de sus <strong>del</strong>itos<br />

hubiera merecido más que un buen manotazo cien años antes, ahora ayudaban a mantener un imperio de<br />

servicios sociales. Al sustituir una reacción (mínima) apropiada con una respuesta excesiva, el<br />

comportamiento que queríamos disuadir se ha doblado y redoblado. Es implícito en la estructura de la lógica<br />

institucional que suceda esto. Lo que es malo para la gente real es la misma garantía de la amoralidad<br />

institucional.<br />

En la época de este incidente, Héctor asistía a una de las cincuenta y cinco escuelas públicas con más baja<br />

valoración académica <strong>del</strong> estado de Nueva York, parte de un grupo selecto amenazado con la toma <strong>del</strong><br />

control por guardianes <strong>del</strong> Estado. Siete de los nueve violadores de la corredora de Central Park --un caso<br />

que apareció en los titulares nacionales de hace algunos años-- eran graduados de la escuela. De las trece<br />

clases en el curso de Héctor, nueve eran de mejor nivel que la clase en que se encontraba. Héctor podía ser<br />

visto a los doce años como un salmón agotado nadando río arriba en una rabiosa corriente que intentaba<br />

barrer su dignidad. Habíamos desatado <strong>del</strong>iberadamente tal avalancha al asignar unos mil cien alumnos en<br />

total, a cinco categorías estrictamente graduadas:<br />

La primera clase, llamada dotada y con talento honors.<br />

La segunda clase, llamada dotada y con talento.<br />

La tercera clase, llamada progreso especial.<br />

La cuarta clase, llamada grupo principal.<br />

La quinta clase, llamada educación especial. Estos últimos chicos tenían un valor al contado para la<br />

escuela tres veces superior a los otros, un incentivo genuino para encontrar defectos fatales donde no<br />

había ninguno.<br />

Héctor era un ejemplar de la categoría sentenciada llamada grupo principal, ella misma dividida a su vez en<br />

subcategorías alfabéticas: A, B, C o D. Lo peor de lo peor por encima de educación especial sería «grupo<br />

principal D», al que pertenecía. Como educación especial era una sentencia de por vida de ostracismo y<br />

humillación a cargo <strong>del</strong> equilibrio impuesto por el grueso de los alumnos, podríamos incluso decir que<br />

Héctor era «afortunado» de ser «grupo principal», aunque como «grupo principal D», estaba suspendido en<br />

esa estrecha zona de gracia justo por encima de los verdaderamente sentenciados. Las puntuaciones de<br />

Héctor en los tests estandarizados lo situaban unos tres años por detrás de la mitad <strong>del</strong> pelotón. Esto, y su<br />

condición de absoluto cero a la izquierda (por lo que respectaba a actividades escolares, deportes, trabajo<br />

voluntario y buen comportamiento) habría hecho muy difícil que cualquiera predispuesto llegara ser su<br />

abogado, pero en el caso de Héctor, no se encontraba simplemente en una posición de desventaja, sino en<br />

una prácticamente imposible de superar.<br />

Poco después de que lo encontrara colándose y entrando (en la pista de patinaje), Héctor fue arrestado en<br />

una escuela primaria cercana con una arma de fuego. Era una arma falsa, pero parecía muy real para los<br />

<strong>secreta</strong>rios y el director de la escuela. Descubrí esto en la fiesta de Navidad <strong>del</strong> profesorado de mi escuela<br />

cuando el director llegó con ojos muy abiertos hasta la ensalada de patatas por donde campaba, gritando:<br />

«GATTO, ¿QUÉ ME HAS HECHO?». Sus palabras exactas. A Héctor se le había dejado ir de fiesta<br />

solamente aquella mañana. Entonces se fue a toda velocidad a su antigua escuela primaria, todavía en<br />

período lectivo, para soltar a los niños más pequeños, para liberar a los pequeños esclavos como un<br />

Espartaco moderno. Avancemos ahora un año en el tiempo: Héctor en el instituto, segundo informe escolar.<br />

Suspendió todas las asignaturas y faltó lo suficiente como para ser citado por absentismo escolar. Pero usted<br />

lo podría haber adivinado antes de que se lo dijera porque lee los mismos libros de sociología que yo.<br />

¿Puede ver a Héctor atrapado en estos implacables registros escolares? ¿Pobre, pequeño para su edad, parte<br />

de una minoría, no muy tenido en cuenta por la gente que cuenta, tonto en una clase de supertontos, alguien<br />

que se cuela por la puerta de forma estrafalaria, un pistolero, un total fracaso en el instituto? ¿Puede ver a<br />

Héctor? Ciertamente cree que sí. ¿Cómo no podría? El <strong>sistema</strong> hace así de fácil clasificarlo y predecir su<br />

futuro.

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