John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria
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Recuerdo a Franklin Delano Roosevelt en la radio de nuestra sala de estar <strong>del</strong> tamaño de un sello de correos<br />
anunciando Pearl Harbor, ocho días antes de mi sexto cumpleaños. Recuerdo la sensación de preocupación<br />
que abrigué durante largo tiempo acerca de noticias de la guerra <strong>del</strong> Extremo Oriente que se escuchaban en<br />
la vieja radio Philco. Pensé que los japoneses me cortarían las manos porque las noticias de la guerra decían<br />
que eso era lo que los japoneses hacían a los prisioneros.<br />
Para mí el punto culminante de los años de Swissvale no fue la guerra o la fenomenal variedad de wax lips,<br />
regaliz, Fleers Dubble Bubble y otras «chuches» que parecieron desaparecer de golpe poco después de que<br />
acabara la guerra, como dinosaurios. No fue saltar desde un alto muro con una capa de Green Hornet<br />
ondeando por detrás, mientras caía como una piedra, lo que dejó señaladas mis rodillas para la eternidad. Ni<br />
siquiera fue Marilyn. La bisagra de todos mis años que separa lo que hubo antes de lo que siguió, fue la<br />
noche en que mi hermana y yo nos despertamos con la voz chillona de contralto de mi madre y la más suave<br />
de segundo tenor de mi padre, entremezclándose en el vestíbulo de la entrada de escaleras abajo.<br />
Recuerdo haberme arrastrado hasta el rellano de arriba bañado en sombras para encontrar a mi hermana ya<br />
allí. Los siguientes cinco minutos fueron lo más cercano a lo que jamás llegamos emocionalmente uno a<br />
otro, la experiencia más importante que compartimos jamás. Bootie estaba amenazando con dejar a Andy si<br />
no se hacía algo importante. Estaba tan afectada que los esfuerzos por calmarla, para que los vecinos no<br />
pudieran oír, sólo avivaron las llamas. Con la retrospección de más de medio siglo, soy ahora capaz de<br />
deducir que estaban discutiendo sobre un aborto para lo que hubiera sido su tercer hijo, mi hermano o<br />
hermana que nunca llegaría.<br />
Madre estaba cansada de ser pobre y no quería ser más pobre. Estaba cansada <strong>del</strong> trabajo constante cuando<br />
había crecido con criados. Estaba abrumada por la injusticia de estar confinada con niños, día sí y día<br />
también, mientras su marido se iba en coche por el mundo exterior con traje y corbata, a menudo por varios<br />
días seguidos, viviendo en hoteles, viendo cosas apasionantes. Habría insinuado (porque iba a oír la<br />
insinuación muchas veces en su matrimonio) que él se pegaba la gran vida mientras ella trabajaba como un<br />
burro.<br />
Bootie quería un aborto, y las palabras de enfado que iban y venían discutiendo sobre lo que entonces era un<br />
<strong>del</strong>ito subían por el hueco de la escalera en donde dos niños se sentaban acurrucados con incredulidad y sin<br />
comprender. Fue el final de nuestra niñez. Tenía siete años, Joan tenía nueve. Finalmente madre gritó, «¡me<br />
voy!», y salió corriendo por la puerta principal, dando un portazo tan fuerte que me dolieron los oídos y los<br />
cristales resonaron. «Si lo quieres así, voy a cerrar la puerta con llave», dijo mi padre con un rastro de humor<br />
en su voz, creo que intentando calmar el enfado de madre.<br />
Unos segundos de silencio, y entonces oímos un golpeteo continuo en la puerta cerrada. «¡Abre la puerta!,<br />
¡abre la puerta!, ¡abre la puerta o la echo abajo!». Un instante después su puño seguido de todo el brazo<br />
rompió los cristales de la puerta principal. Vi brillante sangre arterial por todas partes que bañaba aquella<br />
mano y aquel brazo sin cuerpo. Preferiría estar muerto a volver a ver eso. Pero mientras escribo, veo el brazo<br />
sangrante de mamá ante mis ojos.<br />
¿Pasan esas cosas a la gente buena? Por supuesto, y mucho más a menudo de lo que reconocemos en el<br />
curso de nuestros asépticos y totalmente irrealistas rumbos de las relaciones humanas. Era el fin <strong>del</strong> mundo.<br />
Sin esperar a ver lo que venía después, volví corriendo a la cama y apreté bien la almohada sobre mis orejas.<br />
Si hubiera sabido lo que vendría después, me hubiera escondido en el sótano y puesto a rezar.<br />
Una semana después, Swissvale se había ido para siempre. Simplemente así, sin ningún aviso, como la luz<br />
parpadeante de las luciérnagas en nuestro patio trasero largo, estrecho y lleno de maleza, cesó abruptamente<br />
a una señal <strong>secreta</strong>, una trágica señal <strong>secreta</strong>: Marilyn y Tinker, «chuches», la escuela McKelvy y el<br />
contacto con mis parientes italianos cesó durante los seis años siguientes. Con esas cosas familiares<br />
desaparecidas, se fueron también mis padres. Nunca me permití tener padres otra vez. Sin ninguna despedida<br />
nos enviaron a un internado católico de las montañas cerca de Latrobe, nos pusieron en las manos de monjas<br />
ursulinas que aceptaron el viejo camino a la sabiduría y la madurez, un camino alcanzado mediante el dolor<br />
fuerte y prolongado.