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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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es que tras una larga carrera, siempre di capital importancia a enseñar activamente el menosprecio de<br />

sobornos y graduaciones. Nunca di estrellas doradas. Nunca hice alabanzas abiertas, porque creo<br />

incuestionablemente que el aprendizaje es su propia recompensa. Nada sucedió jamás en mi experiencia con<br />

los niños que hiciera cambiar mi opinión sobre eso. Enjabonar a los niños, como decían entonces los niños<br />

de la calle, siempre me pareció una táctica asquerosa e interesada. Hacer adicta la gente a la alabanza como<br />

motivador la pone en una pendiente resbaladiza hacia una vida de miedo y explotación, siempre en busca de<br />

un experto que dé su aprobación.<br />

Déjeme ambientar el escenario <strong>del</strong> abandono de mis propios principios. Tome una gran suma de dinero, que<br />

para propósitos dramáticos, convertí en cincuenta y un billetes de cien dólares. Añada al dinero un número<br />

limitado de niños, muchos de ellos extremadamente pobres, algunos que nunca habían comido con un<br />

mantel, alguno que vivía en la calle en un coche abandonado. Ninguna de las víctimas tenía mucha<br />

experiencia con dinero suelto más allá de un dólar o dos. ¿Es esta la clásica tensión capitalista con la que un<br />

billete de diez o de cien dólares debería producir bella música?<br />

No pase por alto mi caracterización arrogante. Vea a los chicos por debajo de sus pobres ropas y groseros<br />

modales como seres listos e inteligentes, más conscientes de las conexiones de lo que cualquier teoría de<br />

desarrollo infantil sabe cómo explicar. Aquí había niños haciendo ya prodigios de verdadero trabajo<br />

intelectual, no lo que recogía el manual <strong>del</strong> currículum, por supuesto, sino lo que yo, a mi manera<br />

intencionada y proscrita había dispuesto para ellos. La junta de educación veía una aula llena de niños de<br />

gueto, pero yo sabía más, al haber decidido años antes que la curva de campana era un instrumento de<br />

engaño, rico en sutilezas, algunas de ellas inescrutables, pero de todos modos de propaganda.<br />

Por tanto estaba con todo ese dinero, responsable ante nadie, excepto ante mí mismo de su uso. Más que<br />

suficiente para todos. ¿Cómo gastarlo? Usando toda la tradición adquirida hacía largo tiempo en el<br />

Departamento de Psicología de Columbia, establecí programas de refuerzo para enganchar los chicos al<br />

dinero en efectivo, comenzando de forma continua --pagando a cada intento-- y luego cambiando a<br />

programas periódicos después de que la víctima estuviera en la red, y finalmente cambiando a refuerzos no<br />

periódicos de modo que el aprendizaje profundizara y durara. De la concienzuda familiaridad personal con<br />

cada chico y un banco de datos por si fuera poco, no tenía ninguna duda de que las actividades que<br />

seleccioné serían en todo caso intrínsecamente interesantes, de modo que los incentivos financieros sólo<br />

intensificarían el interés <strong>del</strong> alumno. ¡Menuda sorpresa tuve!<br />

En vez de convertirse en un experimento mo<strong>del</strong>o que demostrara el poder de los incentivos <strong>del</strong> mercado,<br />

ocurrió el desastre. La calidad en el trabajo cayó notoriamente, el interés disminuyó marcadamente. En todo<br />

menos en el dinero, claro. Y todavía incluso el entusiasmo por eso fue disminuyendo a los pocos primeros<br />

pagos: la codicia persistía pero el placer desapareció.<br />

Toda esta pérdida de rendimiento fue acompañada <strong>del</strong> crecimiento <strong>del</strong> comportamiento personal<br />

perturbador: chicos que antes se apreciaban ahora intentaban sabotear el trabajo <strong>del</strong> otro. La única razón<br />

racional que podía concebir para esto era un intento inconsciente de mantener el fondo de dinero disponible<br />

tan grande como fuera posible. Tampoco fue este el final <strong>del</strong> extraño comportamiento que el añadido de los<br />

incentivos en metálico causó en mis clases. Ahora los chicos comenzaron a hacer tan poco como era posible<br />

para lograr una recompensa donde antes se habían esforzado por un nivel de calidad. Aparecieron grandes<br />

áreas de práctica <strong>del</strong> engaño, hasta el punto de que no podía seguir confiando en los datos presentados,<br />

porque muy frecuentemente estaban hechos de pura apariencia.<br />

Igual que las fantasías sexuales de los mares <strong>del</strong> Sur de Margaret Mead, los fabulosos datos imaginarios<br />

sobre gemelos de E. L. Burtt, las falsas estadísticas sexuales <strong>del</strong> doctor Kinsey o los relatos falsificados de<br />

Sigmund Freud sobre histeria y sueños, como el asombroso descubrimiento <strong>del</strong> misterioso hueso que<br />

condujo a la «prueba» <strong>del</strong> Hombre de Piltdown descubierto por nada menos que por Pierre Teilhard de<br />

Chardin (quien, después de que el fraude saliera a la luz, se negó a discutir su afortunado descubrimiento<br />

nunca más), mis chicos, por lo que parecía, eran capaces de discernir cómo se juega el juego académico o,<br />

quizás más exactamente, comprendieron el juego profesional que trata de la fama y fortuna más que de

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