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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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arrancadas de Ragtime. Pero de principio a fin esto es una historia de verdaderos creyentes y de cómo<br />

tocando sus flautas se llevaron a todos los niños.<br />

2 El prototipo es un maestro de escuela<br />

Una señal fiable de la presencia de un verdadero creyente es una fuerte pasión por los niños de todos.<br />

Encuentre el interés incesante y abstracto en el nombre colectivo niños, el tipo de amor que tenían Pestalozzi<br />

o Fröbel, y ha sacado al sacerdocio de su guarida. Eric Hoffer nos dice que el prototipo de verdadero<br />

creyente es un maestro de escuela. Mao fue maestro de escuela, como lo fue Mussolini, como lo fueron<br />

muchos otros destacados líderes belicosos de nuestra época, incluyendo a Lyndon <strong>John</strong>son. En la<br />

caracterización de Hoffer, el verdadero creyente se identifica por un fuego interior, «una ardiente convicción<br />

de que tenemos un deber sagrado con los demás». La falta de humor es una piedra de toque de la verdadera<br />

fe.<br />

La expresión verdadero creyente es de un libro <strong>del</strong> siglo V, La ciudad de Dios, y tiene lugar en un pasaje<br />

donde San Agustín exhorta a los hombres y mujeres santos a abandonar el miedo y abrazar su trabajo<br />

sagrado fervientemente. La Verdadera Fe es un marco psicológico que encontrará útil para explicar ciertos<br />

individuos que implacablemente persiguen una causa indiferentes a la incomodidad personal, indiferentes a<br />

la incomodidad de otros. Todos nosotros mostramos un diminuto elemento de verdadera fe en nuestro<br />

modo de ser, normalmente justo lo suficiente para reconocer el destello lunático en el ojo de algún fanático<br />

más puro que nosotros cuando lo encontramos cara a cara. Pero en una época que nos distancia de<br />

encuentros en persona con la autoridad --al eliminarnos electrónica, burocrática e institucionalmente-- a los<br />

verdaderamente fanáticos de entre nosotros se les ha concedido el lujo <strong>del</strong> completo anonimato. Tenemos<br />

que juzgar su presencia por los efectos colaterales.<br />

Horace Mann ejemplifica el tipo. De principio a fin tenía una misión. Habló apasionadamente en todas<br />

ocasiones. Escribió notas para sí mismo acerca de «romper la atadura de la asociación entre trabajadores».<br />

En una arenga inicial en el Antioch College en 1859, dijo: «Estad avergonzados de morir si no habéis<br />

ganado alguna victoria para la Humanidad». Algunos críticos cínicos atacan a Mann por mentir sobre su<br />

imaginaria gira escolar por Prusia (que llevó a la adopción de los métodos de escolarización prusiana en<br />

Norteamérica), pero esos críticos no captan la idea. Para los grandes, el objetivo es todo: el fin justifica los<br />

medios. Mann vivió y murió como un cruzado social. Su segunda mujer, Mary Peabody, le rindió este<br />

tributo póstumo: «Estaba todo él inflamado de Propósito».<br />

Al Shanker, durante mucho tiempo presidente de la Federación Americana de Maestros, dijo en uno de sus<br />

últimos anuncios dominicales en el New York Times antes de su muerte: «Las escuelas públicas no existen<br />

para complacer a los padres de <strong>John</strong>ny. Ni siquiera existen para asegurar que <strong>John</strong>ny algún día se ganará<br />

bien la vida en un trabajo que le guste». Ninguna otra energía excepto la verdadera fe puede explicar lo que<br />

Shanker podía haber tenido en la cabeza.<br />

3 El Colegio de Maestros mantiene el planeta<br />

Un bonito ejemplo de verdadera fe en acción pasó por mi escritorio recientemente desde la revista de<br />

alumnos de mi propia alma mater, la Universidad de Columbia. Escrito por el director <strong>del</strong> Instituto de<br />

Columbia para Tecnologías de Aprendizaje, un departamento <strong>del</strong> Colegio de Maestros, este envío informaba<br />

a los graduados de que la división de educación se veía ahora a sí misma ligada por «un contrato con la<br />

posteridad». Algo en el tono me previno de no descartar aquello como la palabrería institucional de<br />

costumbre. Segundos después me enteré, con cierta conmoción, de que el Colegio de Maestros se sentía<br />

obligado a tomar el papel dominante para «mantener el planeta». El desarrollo siguiente de esta extraña idea<br />

era aún más directo. El Colegio de Maestros interpretaba ahora su mandato, se me decía, como un mandato<br />

que lo obligaba «a extenderse por sí mismo por todo el mundo y enseñar cada día, 24 horas al día».<br />

Para conseguir perspectiva, trate de imaginar a la Universidad de Berlín comprometiéndose a extenderse por<br />

sí misma entre los cincuenta estados norteamericanos, para estar presente en esta tierra extranjera<br />

veinticuatro horas al día, nadando en las mentes de los niños mormones de Utah y de los niños baptistas de

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