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John Taylor Gatto Historia secreta del sistema ... - iessecundaria

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Cada persona en una aldea tiene una cara y un nombre, incluso un mote. El anonimato es imposible,<br />

porque los lugareños no son una masa [...] una aldea tiene su propio lenguaje, sus costumbres, sus<br />

ritmos [...] su vida interior [...] una aldea no puede ser global.<br />

ROBERT VACHON<br />

1 El carácter de una aldea<br />

ANTES de ir a primer curso podía sumar, restar y multiplicar de cabeza. Sabía mis tablas de multiplicar no<br />

como trabajo, sino como juegos que papá jugaba en los paseos en coche alrededor de Pittsburgh. Aprender<br />

algo era fácil cuando sentías que te gustaba. Mi padre me enseñó eso, ninguna escuela.<br />

Cuando iba a primer curso podía leer fluidamente. Me gustaba leer libros maduros que elegía de la estantería<br />

de tres niveles con vitrina de detrás de la puerta principal en Swissvale. Tenía centenares de libros. Sabía<br />

que si iba leyendo, las cosas acabarían llegando. Madre me enseñó eso y tenía razón. Recuerdo haber cogido<br />

el Decamerón de vez en cuando, sólo para encontrar que su lenguaje engañosamente simple ocultaba<br />

significados que no podía comprender. Cada vez que devolvía el libro a su sitio me hacía una nota mental de<br />

volver a intentar el mes siguiente. Y un mes acabó por suceder. Tenía diez años.<br />

Mi padre era un vendedor de galletas. Madre lo llamaba así siempre que estaba enfadada, lo que sucedía a<br />

menudo. Había empezado a trabajar de adolescente para ayudar a mi abuela viuda y para ayudar a su<br />

hermano Frank, el inteligente, a estudiar en la Universidad de Pittsburgh. Papá nunca fue a la universidad,<br />

pero era igualmente un genio. Madre fue un año, también era un genio. Eran el tipo de personas que<br />

desenmascaran la malicia de las curvas de campana y de las categorizaciones como lo que son. Echo en falta<br />

a ambos y pienso en ellos a menudo con amor y gratitud.<br />

A madre la llamaba Bootie la mayoría de las veces porque así oí llamarla a su propia madre. Bootie leía<br />

cuentos de hadas para mí en la cuna, recitaba poemas, llenaba mis oídos y ojos de lenguaje, aun cuando tenía<br />

poco más que dar tal como iban las cosas. Un día compró a un vendedor ambulante una enciclopedia en<br />

varios volúmenes que costaba más de lo que podíamos pagar. Lo sé porque ella y papá discutieron cuando él<br />

llegó a casa. Desde entonces madre leía de la enciclopedia cada día. Leíamos también todos los periódicos.<br />

En aquellos días sólo costaban dos centavos. Me gustaba más el Sun-Telegraph de Hearst porque usaba<br />

diseños intensos y en la esquina superior de la edición <strong>del</strong> domingo un pequeño llamado Puck, vestido como<br />

un petimetre, decía en un bocadillo: «¡Qué locos son estos mortales!». No sabía lo que significaba, pero<br />

repetía las palabras en voz alta a menudo para interrumpir la conversación adulta y siempre obtuve una<br />

sonrisa cuando lo hacía.<br />

Hasta donde puedo imaginar, cualquier éxito que tuve como profesor vino de lo que mi madre, mi padre, mi<br />

hermana, mi familia, amigos y el pueblo me enseñaron, no de ninguna cosa que recuerde de Cornell y<br />

Columbia, mis dos colleges, ni de ningún hallazgo de institutos de estudios de la infancia ni de directivas de<br />

departamentos de educación. Si estoy en lo cierto, esta percepción es más significativa de lo que puede<br />

parecer. El inmenso edificio de la formación de profesores y de la escolarización en general reposa sobre la<br />

insegura hipótesis de que la intervención de expertos en la niñez produce mejores personas que las que<br />

podrían salir de otra forma. He acabado por dudar de eso.<br />

Un gigantesca inversión social cabalga sobre esta hipótesis, una inversión que de otra forma podría ser<br />

gastada en reducir la tensión en la vida familiar que interfiere con la felicidad y el crecimiento de la<br />

inteligencia. Tengo la corazonada de que si la pequeña fortuna gastada en mi propia escolarización hubiera<br />

sido invertida en los míos y en mi casa directamente, yo hubiera salido mejor. Sea cual sea la verdad de esta<br />

compleja proposición, como usted ha gastado su dinero y tiempo en escuchar lo que tengo que decir, tiene<br />

usted derecho a conocer algo sobre el origen de mi entrenamiento en la enseñanza escolar, mi época en que<br />

crecí en el verde río Monongahela.

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